La sentencia de La Manada provoca la indignación frente a una justicia en horas bajas. El debate público, sin embargo, apenas repara en la educación sexual de toda una generación modelada a base de pornografía de banda ancha
No violarás. El nuevo mandamiento escenográfico de Jana Leo empuja como un aullido interminable. La artista madrileña, doctora en Filosofía y máster en Arquitectura, escarba en una triple performance hasta el tuétano mismo de su propio infierno, fechado en un vulgar 25 de enero de 2001, cuando un hombre la asaltó y violó en Harlem. Durante un lustro, la creadora se dedicó por entero a recopilar pruebas forenses hasta que logró, en 2007, que el violador fuera condenado a veinte años de cárcel. Lo contó en un libro, Violación en Nueva York, y ahora lo remata con el estreno de una pieza de rabiosa actualidad, mientras denuncia la sinrazón del Código Penal español, donde "por robar te puede caer una pena más grande que por una agresión sexual" (1).
Parafraseando a Antonio Muñoz Molina: "Hay noticias que dan miedo. Uno las lee como atrapado en el suspenso de una desgracia". De un minuto para el otro, aún sin quererlo, nos han hecho comulgar con un abuso que, por lo visto, no alcanza el grado de agresión. La frontera, difusa como todas las tretas, radica en el uso lingüístico del significado de violencia (2). Y así llegamos al quid del asunto, "curiosamente, cuando la violencia se produce contra el Estado, la semántica de su concepto se expande", escribe en El País Máriam M. Bascuñán (3). Desde el siglo XV, cada vez que la justicia se hace un selfie muestra los detalles más íntimos de su mirada vendada.
Desde el siglo XV, cada vez que la justicia se hace un selfie muestra los detalles más íntimos de su mirada vendada
El director de La Vanguardia, Màrius Carol, nos aporta perspectiva con dos clásicos, el relato de Las Metamorfosis de Ovidio, en el que un violador le corta la lengua a la princesa Filomela para impedir que confiese el crimen, idea recuperada, más tarde, por Shakespeare en su Tito Andrónico, donde Lavinia es la víctima deslenguada (4). En el cine, la temática ha sido recurrente, aunque dos películas presintieron la barbarie al milímetro: Acusados, con Jodie Foster, y, sobre todo, Fiebre del sábado noche y la cruda escena de bangbus de los Manero&Cía, un retrato descarnado al dictado del falsete de una pluma, la del periodista Nick Cohn, que había colado en el New York Magazine un reportaje ficticio, origen de la cinta, enésimo preámbulo de la posverdad.
El morbo por la víscera siempre resultó un buen acicate mercadotécnico. El Caso intuyó el filón y explotó franquicia macabra para una generación de españoles forjada en el escarmiento. Los neardentales, de moda en París, ya practicaban el canibalismo (5). El lienzo de Rubbens, La lección de anatomía del Dr. Nicolaes Tulp se suma a la causa como una de las primeras pinturas gore de la historia del arte. Estamos en la floreciente Amsterdam, 1632, las disecciones públicas son el último divertimento. El protagonista del cuadro (con permiso del cadáver, un ladrón de abrigos llamado Aris Kindt) es el egocéntrico doctor Claes Pieterszoom, que tomó el símbolo del tulipán (en neerlandés tulp) como pseudónimo aristocrático sin prever que aquel bulbo, divisa en auge de la riqueza de una época, acabaría protagonizando una de las primeras burbujas económicas de la historia (6). Por no entrar en los orígenes escabrosos de los pigmentos: desde el amarillo indio, producido a base de orina de vaca alimentada con hojas de mango, hasta el marrón egipcio, elaborado con una mezcla de huesos molidos y betunes, pasando por el rojo intenso que se obtiene de la mismísima sangre (7).
El espíritu se nos encallece mientras los radares se nos sensibilizan
Con tanto fogueo, la opinión pública se encabrona y arremete con la fiereza de un león de circo. Su zarpazo es tan enclenque que no rebasa la epidermis. Y, entre tanto, el coloso del porno online, YouPorn, presenta los resultados de un estudio mastodóntico que pretende desvelar los gustos que se impondrán a medio y largo plazo en el fecundo campo del sexo digital. Por no explayarnos en obscenidades, resumiremos que las tendencias se depravan (8). "Me conmueve mucho la expresión minería de datos. Imagino a unos tipos duros, con monos azules y un casco con luz en la cabeza. Descienden a las profundidades de su alma de usted, y de la mía, de nuestras almas, y en esa oscuridad (porque el alma es oscura) clavan el pico y la pala para llenar sus carretillas de la materia viscosa de la que está hecha la conciencia", apunta Juan José Millás. En Barcelona, la perturbadora obra Hábitat (doble penetración) sacude los cimientos de una juventud "deconstruida" a golpe del mantra: "Exhibo, luego existo"(9).
El espíritu se nos encallece mientras los radares se nos sensibilizan. En la misma semana, un pato suizo en vuelo rasante y un ciclista valenciano, en plan esprínter, han sido cazados por exceso de velocidad. El autor de La náusea, Jean-Paul Sartre, anotó: "Como todos los soñadores, confundí el desencanto con la verdad". Con su venia, o sin ella, la ya citada Máriam M. Bascuñán tiene por derecho la última palabra: "¿Cuántos hombres sienten miedo al ser recogidos por una mujer cuando hacen autoestop?"
Ahora que por un capricho editorial el estoicismo recupera aliento (10), será cuestión de hacer caso del emperador filósofo, Marco Aurelio, que en sus Pensamientos para mí mismo, sentenció: "La mejor forma de defenderte de ellos es no pareciéndote".
El espíritu se nos encallece mientras los radares se nos sensibilizan. En la misma semana, un pato suizo en vuelo rasante y un ciclista valenciano, en plan esprínter, han sido cazados por exceso de velocidad. El autor de La náusea, Jean-Paul Sartre, anotó: "Como todos los soñadores, confundí el desencanto con la verdad". Con su venia, o sin ella, la ya citada Máriam M. Bascuñán tiene por derecho la última palabra: "¿Cuántos hombres sienten miedo al ser recogidos por una mujer cuando hacen autoestop?"
Ahora que por un capricho editorial el estoicismo recupera aliento (10), será cuestión de hacer caso del emperador filósofo, Marco Aurelio, que en sus Pensamientos para mí mismo, sentenció: "La mejor forma de defenderte de ellos es no pareciéndote".
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