Cada equis meses, cada vez menos, por una cuestión de orgullo, como si lo que estuviera en juego fuera el último sillón de la real academia de cretinos sin fronteras, toca mejorar la propia marca, demostrar que, con un poco más de esfuerzo viral, siempre se puede ser más imbécil. Lo nuevo en retos, ya lo sabrán, es hacerse un videoselfi disfrazado de prisionero de Auschwitz. Así está TikTok a esta hora. No es la primera vez que utilizan el holocausto para poner morritos. Ya lo hizo Instagram, que se apunta a un bombardeo.
Dicen los cerebros del videoarte que se trata de concienciar, de que el like no caiga en saco roto. Ya me entienden, una de esas campañas para hashtags sensibles. Ya hace tiempo que se puso de moda entre las celebrities, para luchar contra la violencia de género, maquillarse la cara como si fueran Rocky, así cuando una mujer de carne y hueso recibía una paliza de manos de un bastardo, una influencer, súper concienciada con la causa, colgaba una foto de boxeadora y ya teníamos tema para los Grammy Latino: infelices los cuatro.
Veremos cuántos se tragan la trola porque lo peor de todo es que siempre hay un follower para un descosido. El pasado domingo, por ejemplo, más de 11.000 personas siguieron por Youtube una falsa final de la Champions. Un usuario retransmitió en abierto el supuesto choque entre el Bayern de Múnich y el PSG. Una bicoca si no fuera porque el partido en cuestión no era la final de la Champions sino otro enfrentamiento entre ambos equipos correspondiente a la fase de grupos de la temporada 2017-18, lo que demuestra que una parte de los usuarios, por mínima que sea, es capaz de tragarse cualquier streaming, sobre todo, si es pirata.
La anécdota, además, sirve para reforzar esa tendencia tan actual a la reemisión de programas vintage. En agosto la tele parece el No-Do. Las cadenas tiran de archivo por falta de presupuesto. Y Curro Jiménez cabalga de nuevo. Y los nostálgicos del bandolerismo ensillan el recuerdo. Y puede que incluso a alguna exestrella Disney le dé por publicar en su cuenta que el caballo es más fashion que el patinete eléctrico. Y entonces jugar al polo se convierta en la extraescolar favorita de los colegios concertados, hasta que un padre, viendo Rambo III (aquella película donde los talibanes todavía eran los amigos de los niños estadounidenses) vincule semejante deporte a los yihadistas y monte un cirio. Y las escuelas ecuestres vuelvan a caer en el ostracismo... Es lo que tiene viajar al futuro en low cost, que el paisaje se repite. Y como escribe Antoni Puigverd en La Vanguardia, no se lleven a engaños, efectivamente, "cualquier tiempo pasado fue mucho peor".