Se vende museo para entrar a vivir


Selfie con pareja y Gioconda al fondo. FOTO: PEP ESCODA


La pareja de la foto está en el Louvre. Lo sabemos por el cuadro de la Mona Lisa que cuelga de la pared frontal, lo que hace de ese tabique un influencer del pladur, sin necesidad de pasar por la Autónoma (1), un milagro de la albañilería con el que todo el mundo quiere retratarse. Nuestra pareja también. A primera vista, una vez descartado que sean dos figurantes de La Rendición de Bredase diría que su idilio está recién horneado, todavía crujiente, plagado de detalles insignificantes como el color del palo selfie, la funda del móvil y el pintalabios de la chica. Es la vie en rose, y por eso toca ahondar en el estudio crítico del Kamasutra y fabricar recuerdos, aunque luego haya que separarlos ante notario, comenzando así una lucha sin cuartel por la custodia compartida de la memoria en común. Que si el viaje a París fue idea mía, que si la reserva la hice yo, que si lo pagaron mis padres...

Pero volvamos al grano, la actualidad le ha dado la espalda al arte, no por desplante sino por ritual tecnológico. Al museo, como a los partos complicados, se llega de nalgas, seducidos por un videoclip de Beyoncé, que lo mismo te cierra el Louvre que te alquila el Coliseo (2). Son las últimas fórmulas para atraer al personal. Barcelona lo intentó hace unos años, durante el gobierno convergente de Xavier Trias, que se marcó un Bienvenido Mr Marshall en versión Bollywood, cerrando las puertas del Museo Nacional de Arte de Catalunya para la boda de la hija del magnate indio Lakshmi Mittal. Y con tanto precedente, la obra, la historia del arte, va perdiendo su significado para pasar a convertirse en un mero complemento del autorretrato furtivo, similar a un bolso o a un perfume, una triste réplica al fondo, con sello de lujo, que da caché a la pinacoteca del móvil. 

Si observan, recuperando la instantánea, a ambos lados de la imagen, en los bordes mismos del romanticismo, flanqueando a nuestra pareja fetiche, la escena se repite. La Gioconda acribillada. El lenguaje de los signos delata con exactitud lo que ocurre en cada pantalla. El caballero de la derecha dispara a bocajarro. El de la izquierda, como un fracotirador curtido, trabaja el encuadre con el zoom, buscando el tiro de gracia. Nadie se atreve a contemplar la pintura de Da Vinci sin filtros. De hecho, podrían estar viéndola del mismo modo a través de Google, despanzurrados en el sofá de su casa, cenando las sobras de una pizza tropical mientras se preguntan cuánta cuerda le puede quedar a Messi.

Lo sabemos junto a una noticia de este mismo fin de semana: "España no sitúa ningún museo entre los diez más visitados del mundo"(3). El dato es especialmente alarmante para un país fundamentalmente turístico: "El turismo da tanto empleo ya como el ladrillo", titula El País (4). Un tipo de trabajo paupérrimo, "los alimentos suben ya 17 veces más que los salarios", ratifica El Mundo (5). Viendo por dónde van los tiros, Julio Llamazares arranca serie en la Revista de Verano, Los caminos de la picaresca, "un viaje literario y real por una España que no ha cambiado tanto a través de tres de los máximos exponentes del género más autóctono: El Buscón, El Lazarillo de Tormes y La pícara Justina (6), el prólogo necesario a un verso de Ray Bradbury que bien podría ser el reclamo decisivo de una campaña ministerial para abarrotar salas de nuevo: "Tenemos el arte para que la verdad no nos mate".


(1) https://www.abc.es/sociedad/abci-universidad-frivoliza-201808190319_noticia.html
(2) https://elpais.com/cultura/2018/06/18/actualidad/1529347005_323085.html
(3) https://www.elperiodico.com/es/ocio-y-cultura/20180818/museos-mas-visitados-2017-6990232
(4) https://elpais.com/economia/2018/08/17/actualidad/1534525294_604254.html
(5) http://www.elmundo.es/economia/ahorro-y-consumo/2018/08/15/5b6ad46522601dcf598b4593.html
(6) https://elpais.com/cultura/2018/08/17/actualidad/1534522822_785004.html





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