Viaje a ninguna parte


Nietzsche lo advertía desde Más allá del bien y del mal: "Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti"




La joven de la imagen podría ser cualquiera de nosotros. También usted. O quizá yo. En tiempos de almohadilla se monta un cristo de "todos somos..." en menos que canta una tecla. Por eso nos da la espalda, que es un lugar común, no por descortesía, sino para vendernos unas participaciones en esta escena. El recurso lo puso en circulación Caspar David Friedrich en 1818, cuando pintó El caminante sobre el mar de nubes (por las mismas fechas aparecía el Frankenstein de Mary Shelley). El óleo de Friedrich, con un viajero, también de espaldas, asomado a un peñasco, envuelto de horizonte y precipicio, es uno de los símbolos del romanticismo. Dos siglos después de todo aquel sturm und drang que los románticos sintieron a la intemperie, apenas hoy nos llega un eco de tempestad o ímpetu de terminal, de vuelo cancelado o de taxi en huelga.

El contrapicado de la fotografía no es casual. Dirige la mirada en sentido único a una pantalla triple, leitmotiv de la secuencia, repleta de garabatos cálidos con aires de pictograma tradicional chino. Los espectadores secundarios la contemplan con desorientación de nouvelle vagueLa chica, nuestra protagonista, nosotros mismos, está, quiero decir estamos, en una encrucijada. Desconocemos su destino, como ocurre con el nuestro. Tal vez fuera esa fiesta rave que ha congregado por sorpresa a cuatro mil jóvenes europeos en un pueblo de tan solo catorce vecinos en las entrañas de Cuenca (1); o camino de Iga, en Japón, donde por error un programa de radio estadounidense comunicó que se necesitaban ninjas, desatando una fiebre de candidatos que aspiraban a guerreros (2). Lo que sí podemos constatar es que ha decidido encarar la duda existencial con un café entre las manos. Por la luz, todavía cristalina, como de manantial, diríamos que son las primeras horas de una semana nueva.

En algún momento, tarde o temprano, con esa intención se crearon las salas de espera, echará mano de la prensa o de Netflix, el teleshakespeare contemporáneo, según acuñó Jorge Carrión, gracias a Nuestra Señora de Apple, recién consagrada por Ricardo F. Colmenero. Si escoge la ruta de la actualidad (descartamos el universo serial por insondable), encontrará: "Nueve libros para leer este verano en menos de tres horas"(3), un listado que bebe del mismísmo Woody Allen cuando refiriéndose al tema sentenció: "Hice un curso de lectura rápida y leí Guerra y Paz en veinte minutos. Creo que decía algo de Rusia". Curiosamente, otro artículo, vecino de cabecera, se pregunta: "¿Por qué olvidamos los libros que leemos?"(4)

Con el dilema literario resuelto, es hora de darse un garbeo por las secciones de titular solemne. Primero política: "La Liga (refiriéndose al gobierno italiano con nombre de competición futbolera) propone imponer por ley el crucifijo en los edificios públicos"(5). La medida coincide con el anuncio de un remake de la icónica Buffy, cazavampiros (6). El eslogan que alzó a Matteo Salvini lo aclara todo: "Se acabaron los buenos tiempos". Después economía: un parásito, el toxoplasma gondii, que anida en las heces de los gatos, podría ser el responsable de la ambición que mueve a algunas personas a convertirse en emprendedoras, tal y como revela un estudio publicado en la revista británica Royal Society (7); lo que explicaría, a su vez, el comportamiento fecal de algunos empresarios.

Nietzsche lo advertía desde Más allá del bien y del mal: "Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti".





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