Aquellos maravillosos años

Si cualquier tiempo pasado fue mejor es porque parte de nuestros recuerdos son inventados



No, no es que hayan enloquecido, al menos por ahora, lo que se escucha entre las líneas de este artículo es With a little help for my friends, en versión de Joe Cocker, un Woodstock cosecha del 69. Kevin suspira por Winnie, son Aquellos maravillosos años, el Cuéntame a la americana que triunfó en los ochenta. Decía Rilke, con antelación a Karina y su baúl de los recuerdos, que "la verdadera patria del hombre es la infancia", pero todo patriotismo se guarda una baza embustera y ahora un estudio confirma que casi la mitad de las personas, el 40% para ser exactos, tienen recuerdos falsos de su niñez (1). El patio de Sevilla que mencionaba Machado, y "el huerto claro donde madura el limonero", puede que no fueran otra cosa que "la construcción de un relato" reescrito mil veces en nuestra memoria con el paso de los años.

Un estercolero en San Fernando de Henares emerge como fosa común de aquella edad lejana, de canicas y cuentos, de lombrices y combas. Allí fueron a parar miles de residuos peligrosos de un catálogo televisivo infinito, procedente de los Estudios de Color de Prado del Rey, contaminados de amianto. Entre el atrezo desahuciado (un vestuario que acumulaba prendas desde 1956) debería destacar, por simbólico, el traje de Espinete, el mítico protagonista de Barrio Sésamo. Pero no hay ni rastro del erizo. Todo es confuso en torno a su muerte. Del disfraz se sabe, así consta en el inventario de RTVE, que costó la friolera de 3.150 pesetas de la época. El resto es susto o niebla. En Historias de la Tele, la periodista y presentadora María Casado remarca que algunos objetos se salvaron, "por azar o por interés". De La bola de cristal sobreviven dos electroduendes y del mismísimo Barrio Sésamo, Don Pimpón, el compañero inseparable del puerco espín, "que está ya muy viejito y con un brazo inservible". Al respecto, Pablo Herraiz escribe en El Mundo"El viaje a su tumba tiene algo de homicidio no resuelto, pero también de peregrinaje. Posee el encanto de las causas perdidas. No se trata solo de un trayecto al vertedero, sino de una regresión a la infancia"(2)

Y de una crítica a la tele, por qué no decirlo, a las cadenas públicas con sus vasallajes, en busca periódica de capataz, según sopla el viento, aunque tal y como señala Ferran Monegal en El Periódico: "La historia nos enseña que detrás de todo consejero hay un ventrílocuo"(3).

Contra el trapicheo de nostalgias, pasatiempo predilecto del turismo de masas y amenaza constante de la rutina diaria del vecindario, Barcelona tira de normativa y corta por lo sano, prohibiendo que se abran, a partir de ahora, más tiendas de recuerdos (4)


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