Mil cretinos




Se coge a un muerto de hambre, el primero que se ponga a tiro, y se le rejonea por fiesta nacional, a ver qué pasa, para eso están los miserables, para entretener y tragar. Lo mismo da que sean unos ingleses en Benidorm, celebrando una despedida de soltero a costa de un indigente polaco al que han pagado cien euros por tatuarse el nombre del novio en la frente (1); que unos hinchas sin escrúpulos del PSV, mofándose de unos mendigos rumanos en plena Plaza Mayor de Madrid; o un youtuber imberbe humillando a un sintecho mientras le da de comer galletas Oreo rellenas de pasta de dientes. 

Son los mismos estragos con distintos collares. Llámenle esclavitud, vasallaje o capitalismo. Por participar en la performance, Trump aplaude el cerrojazo de Italia (2). Política de capirote, en manos de cuatro sátrapas con micro y rebuzno, aupados por una legión de intolerantes a la pobreza. Y el resto, atónitos con el circo, ordenadamente consternados, más de pose que de facto, como maniquís de escaparate, aceptamos que el concepto, con apellido arácnido, arraigue en el diccionario, APOROFOBIA, y despliegue su protocolo de diván civilizado.


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