La eliminación de España coleará todavía un rato. Es la canción del verano con su estribillo en bucle, mientras una legión de becarios se prepara para el abordaje de las redacciones
La consecuencia más trágica de la eliminación de España en el Mundial de Rusia es la despedida de Manolo el del Bombo. A sus setenta años, el doce de la selección anunció en RAC1 que dejará de animar a la Roja a domicilio después de las innumerables trabas que ha encontrado para acceder a los estadios rusos con su inseparable instrumento (1). Una lástima. Diez mundiales y siete eurocopas entre pecho y espalda, con solera de boina y cachirulo, fraguado en la furia y extasiado en la edad de oro del tiki-taka. Nada que ver con lo de ahora, un híbrido en tierra de nadie. Mucho nudo y poco desenlace. Embotellamiento en la medular. Como de hora punta en operación retorno. Un once que descuida a Iniesta en el banquillo es un mal pálpito. Un apunte. Breve. El saque inicial de los octavos frente a Rusia correspondió a España. Balonazo largo y pérdida inmediata. Flashback o analepsis. 1998. Nantes. Mundial de Francia. Nigeria nos está sonrojando. Tras el descanso, ponemos la pelota en largo con un misil de Hierro que recoge Raúl. La pincha y bate al meta Rufai, hijo del rey de Idimu. Un espejismo. Aquel día, Clemente se levantó con dotes de pizarra. Esbozó un doble pivote para deconstruir el juego: Nadal-Hierro. Dos décadas desandadas de un soplo, como en un tango de Gardel.
Volver... Hace veinte años (veintidós para ser exactos) David Trueba nos removía la adolescencia con su demoledora La buena vida y ahora (esta primavera para ser exactos), al más puro estilo Linklater, retoma la historia y a sus personajes en Casi 40, esa franja en guerra perpetua, minada de sueños mutilados (2).
La cinta contrasta con el vídeo de la jornada. Más de siete millones de reproducciones en pocas horas. Una joven estudiante paraguaya, Yudit Romero, sorprende a su padre albañil, en mitad de una obra arenosa y desértica, para decirle que ya es licenciada en Ciencias de la Educación, agradeciéndole, con voz entrecortada, toda una vida de esfuerzo para que ella pudiera ser universitaria (3). La escena recuerda a las que ocurrían aquí anteayer. Por eso tiene éxito de nostalgia. Y regusto de frase remota, de neón en ruinas: "Estudia si no quieres acabar como yo". Luego vino la crisis. En forma de plaga. Y todo eso del precariado... qué voy a contarles. "La seguridad social recupera la cota de los 19 millones de afiliados diez años después", aplaude la prensa, mientras ladillos, subtítulos, despieces y sumarios variopintos enmascaran, con suerte diversa, que el el descenso del paro en el mes de junio ha sido el más bajo registrado en los últimos siete años (4).
Un estudio, siempre hay uno a mano, de la universidad Pompeu Fabra, concluye que 'mentimos menos cuando hablamos en una lengua extranjera'. Deberíamos exigir a nuestros políticos que debatan en bengalí
La actriz francesa y mito del cine europeo, Fanny Ardant, que se encuentra de tournée, presentando su última película Lola Pater, se confiesa fanática incondicional de Unamuno y de su libro Del sentimiento trágico de la vida, antes de soltar, en un encuentro con Gregorio Belinchón, que por experiencia sabe "que quien escoge ser libre lo pagará caro"(5). En La Vanguardia, Sergi Pàmies, parafrasea el título del mismo libro unamuniano, Del sentido trágico del fútbol, para analizar por enésima vez el tropiezo de España (6), tema predilecto de los columnistas. El mismo David Trueba se lanza a la piscina en El País y trata de relativizar las dimensiones esféricas del chasco (7), en un verano, como todos, escaso de contenidos y precipitaciones, predispuesto para el estribillo en bucle y el abordaje inminente de una flota de becarios.
Un estudio, siempre hay uno a mano, de la universidad Pompeu Fabra, concluye que "mentimos menos cuando hablamos en una lengua extranjera"(8). Deberíamos exigir a nuestros políticos que debatan en bengalí. Trueba, precisamente, reivindicó el papel necesario de la educación en una película basada en la vida real de un profesor de inglés, Juan Carrión. La tituló, en honor a unos versos de John Lennon: Vivir es fácil con los ojos cerrados.
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