Hace diez años, a falta de vacaciones remuneradas, alguien se bajó a la Puerta del Sol con su kit del Coronel Tapioca y montó el 15-M. Eran los indignados, gente básicamente harta de no tener ni un duro para ir de camping mientras otros jugaban al Monopoly construyendo aeropuertos cada quince kilómetros. La cosa fue a más y las plazas se llenaron de tiendas de campaña. Decathlon era una fiesta
Todo va muy rápido. Como en los cien metros. Hay partidos que se desfondan en 9 segundos y 58 centésimas, el récord de la nueva política. Hace diez años, a falta de vacaciones remuneradas, alguien se bajó a la Puerta del Sol con su kit del Coronel Tapioca y montó el 15-M. Eran los indignados, gente básicamente harta de no tener ni un duro para ir de camping mientras otros jugaban al Monopoly construyendo aeropuertos cada quince kilómetros. La cosa fue a más y las plazas se llenaron de tiendas de campaña. Decathlon era una fiesta. Por cada tarjeta black aparecían cien anticapitalistas con iPhone. Aquello era incontrolable, una inflación de dieciseisavos de comunismo, suficiente para asustar a los mandamases de la Superliga. Y eso que Españoles en el mundo invitaba a los jóvenes a pirarse de Erasmus. Pero nada. Los perroflautas echaron raíces. Hubo que llamar a Desokupa, cosas de la imagen, "Europa nos mira" -¡ah no, que eso es de otro capítulo-, en fin, a profesionales de la dialéctica. Años después, Sorogoyen filmó Antidisturbios, un jaleo, aunque para saber que existe la loca academia de policía, ya teníamos a Villarejo.
De aquella movida nació un partido anticasta con nombre de lema de Eurocopa, Podemos. La política hecha fútbol. Después Netflix. Del exotismo bolivariano se pasó al yuyu en cero coma. ¡Que viene el coletas!, gritaban los padres del barrio de Salamanca para que las niñas se comiesen el potito de trufa. Pero no sé qué tendrá la zona noble de las encuestas, en cuanto uno se va a poner líder, sale con defensa de cinco. Ahí tienen a Koeman. O a Más Madrid, que ya ha votado a favor de reconocer el trabajo de Ana Botella. ¿Quién, la de los pisos sociales y los fondos buitres? La misma. Tampoco hay para tanto, fue absuelta por el Supremo. Entonces, ¡viva San Isidro!
Quiero decir que en todo este tiempo nos han convocado mucho a elecciones de todo tipo, sí, pero seguimos encadenando tropecientos contratos basura. Eso sí, nacionalismo por un tubo. Cuando la peña se desmadraba pidiendo derechos, alguien sacó una bandera y se puso romántico, en plan Rimas y Leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer. La revolución, fuera del frigorífico, aguanta más o menos lo que tardas en encontrar novio, novia o animal de compañía. Luego toca asentar la cabeza en un chaletazo y ser portada continua de Okdiario. Por eso tanto First Date. Y para los impares, Satisfayer, o sea, onanismo para que a nadie le dé por montar un sindicato. Como mucho, un macrobotellón. Para colmo, la derecha se ha vuelto libertaria en horario de oficina. Ahora, para ligar en Tinder, mola vacilar de teletrabajo fijo y de fascismo bajo en calorías, da una incorrección como de Kamasutra revuelto. La izquierda, entre tanto, se ha puesto mojigata. ¿El mundo al revés? No, la ideología hecha un cristo. Han pasado diez años del 15-M, el tiempo que duran los documentos oficiales y las acampadas platónicas. Toca renovar el DNI y seguimos siendo los mismos. Salvo en el fotomatón. Salimos más viejos. Y todo, por no leer a Lampedusa.
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