Historia de una escalera

Somos chistosamente progresistas cuando el chascarrillo nos pasa de refilón pero ay si nos toca, porque entonces sacamos a relucir nuestra cartilla de intolerancias, un arsenal de agravios documentados que delata nuestra genética parcelaria



En su primera acepción, la RAE lo deja claro, moco: "Humor espeso y pegajoso...". Para evitarnos sobresaltos a veces nos haría falta frecuentar más el diccionario. A estas alturas, a no ser que ustedes provengan de Raticulín, ya habrán tenido noticias de la que se ha armado con el gag de Dani Mateo en El Intermedio, donde tuvo la fatal ocurrencia de sonarse la tocha con la rojigualda, nada que no hubiéramos intuido en los últimos tiempos, con todos esos mítines cromáticos de políticos que utilizan la bandera como un clínex, pero verlo así, tan a las claras, ha provocado una urticaria. La broma o la gamberrada, más propia de un repetidor de la ESO que de un cómico bragado, ha originado el penúltimo escrache mediático, un incendio digital que ya ha arrasado miles de hectáreas en Twitter, "un depósito fijo de odio, pequeño pero constante, que tiene sus objetivos diarios", tal y como atestigua el algoritmo que ha puesto en funcionamiento el Ministerio del Interior, un termómetro de la red social, que sirve para indicarnos que la cantidad de insultos en España todavía no es alarmante pero su nivel de repercusión se redobla (1)

De momento, como resultado de la gracia, al actor, que ha tenido que cerrar su cuenta durante un par de minutos, se le ha caído un contrato publicitario con una clínica oftalmológica, un mal menor, puesto que ahora se lo rifarán los laboratorios que fabrican soluciones antigripales. "Nosotros somos nuestros miedos", escribe David Trueba (2). Y en ellos se basan los melancólicos, como avisaba el sociólogo Mark Lilla, estudioso de la "fatiga democrática", en La mente naufragada: "La esperanza puede verse decepcionada, pero la nostalgia es irrefutable".

De entre toda la controversia, hay una postura cerril que nos delata: la de todo aquel que reprocha a Dani Mateo la falta de agallas para haberse cachondeado igual de una ikurriña, una estelada o una bufanda de Burberry... lo que demuestra que somos chistosamente progresistas cuando el chascarrillo nos pasa de refilón pero ay si nos toca, porque entonces sacamos a relucir nuestra cartilla de intolerancias, un arsenal de agravios documentados que refleja nuestra genética parcelaria. De ahí al carnet por puntos como el que ensaya China, para premiar, castigar y clasificar a sus ciudadanos en función de su comportamiento, todavía quedan unos cuantos kilómetros (3), pero las distancias políticas se han reducido con el auge de las democracias low cost

Un titular, publicado esta misma semana en el digital murciano La Verdad, en referencia a un juicio por un problema de convivencia, que es de lo que trata al fin y al cabo toda esta retórica de salmo y melaza, resume mejor que ningún otro artículo lo que verdaderamente nos pasa: "Prohíben a un hombre mirar fijamente a sus vecinos"(4).



(1) https://elpais.com/tecnologia/2018/11/01/actualidad/1541030256_106965.html
(2) https://www.xlsemanal.com/firmas/20181030/derecho-al-miedo-david-trueba.html
(3) https://elpais.com/elpais/2018/11/02/opinion/1541169586_933422.html
(4) https://www.laverdad.es/murcia/prohiben-murciano-mirar-20181030135447-nt.html

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