Lo que el viento se llevó

Hay toda una industria en marcha dedicada a inculcarle al personal que no se puede vivir sin un smartphone o que un press banca es más importante que una biblioteca




En un abrir y cerrar de ojos, en Alemania han desaparecido seis millones de lectores. No es el guion de una serie de HBO, es el dato que aporta Michael Busch, consejero delegado de Thalia, principal cadena de librerías germana, y que recoge en su columna Màrius Carol, director de La Vanguardia (1), añadiéndole leña al asunto con cifras nacionales: "El 40,3% de los ciudadanos españoles no lee nunca un libro", según el barómetro de hábitos de lectura. "Y en cinco años el número de personas que leen a diario ha descendido en más de un millón". Hay toda una industria en marcha dedicada a inculcarle al personal que no se puede vivir sin un smartphone o que un press banca es más importante que una biblioteca... ¿Se imaginan qué ocurriría si destinásemos los mismos esfuerzos a promover la lectura? Puede que ustedes sí, pero ya hay toda una masa encefálica incapaz de soñar, porque una de las consecuencias más severas de la falta de letras es el raquitismo imaginativo. Todo lo que no es palpable se desmorona.

"No se trata de una nadería sino de un terremoto", recapacita Busch. Con un síntoma claro, al menos en Alemania: "La extrema derecha crece allí donde hay menos librerías, donde existe un menor acceso a la lectura. El populismo se alimenta de los menos ilustrados, de los que apenas reflexionan, de los que están dispuestos a creerse cualquier cosa". La historia no se repite, lo que se repiten son sus errores que, como las faltas de ortografía, se corrigen con más lecturas.

La llamada de alerta coincide con los cien años del final de la Gran Guerra. La profesora de la Universidad de Alicante, Sara Prieto, ha indagado en su libro, Reporting the First World War in the liminal zone, cómo relataron el conflicto los escritores y periodistas enviados al frente. De Conan Doyle a Rudyard Kipling, junto a otros que no aparecen en la obra pero que también estuvieron, dejándonos su testimonio de la barbarie, autores como Hemingway, John Dos Passos, Valle-Inclán o Azorín, en lo que supuso, en buena medida, el inicio de las corresponsalías de guerra tal y como hoy las conocemos, junto al reportaje subjetivo, en manos de unos cronistas que pasaron de la épica inaugural al más puro desencanto, causado por el horror y el barro de las trincheras. Lo que recuerda, sin duda, a Lo que el viento se llevó y aquella Guerra de Secesión nacida, según la pluma de Margaret Mitchell, durante la celebración de una boda en Los Doce Robles, entre copas y puros de sobremesa. O aquella patada de Boban a un policía serbio durante el partido de fútbol entre el Dinamo de Zagreb (croata) y el Estrella Roja (serbio), en mayo de 1990, lo que para muchos simbolizó el detonante de la guerra de Yugoslavia. 

En Lecciones no aprendidas de la historia, Javier Cercas recupera un pasaje del Quijote, el que sostiene, precisamente, que la historia es "ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir"(3). Desde su columna, Manuel Rivas reivindica la figura de la visitadora de prisiones feminista, Concepción Arenal, y proclama: "El pecado original es la libertad ¡Viva el pecado original! La humanidad surge de ese canto de desobediencia"(4).

Para llegar, al fin, a la escritora Marta Sanz, que harta de correcciones, concluye: "Confío en que la literatura cuestione lo inapelable"(5). Lástima que cada vez haya menos gente que los lea.


(1) https://www.lavanguardia.com/opinion/20181118/452999157081/naufragos-de-la-cultura.html
(2) https://elpais.com/ccaa/2018/11/17/valencia/1542450033_690300.html
(3) https://elpais.com/elpais/2018/11/13/eps/1542101690_506318.html
(4) https://elpais.com/elpais/2018/11/13/eps/1542106863_771052.html
(5) https://elpais.com/elpais/2018/11/13/opinion/1542131310_595842.html

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