Sed de mal

No deja de ser curioso que en plena era de la comunicación, cuando más canales existen para el diálogo, sea el monólogo exterior el que impone su ley con toda su charlatanería de asalto


En una conversación con El País, William Randolph Hearst III, nieto del magnate que inspiró Ciudadano Kane, aquel editor que supo transformar "los periódicos en un entretenimiento de masas", incendiando la opinión pública a finales del siglo XIX, tanto que la Guerra de Cuba se hizo inevitable, considera que los periódicos actuales, como el protagonista de la película de Orson Welles, "buscan su juventud perdida, la clave que les recuerde lo que fueron, su propio Rosebud"(1), (el símbolo de una infancia que certifica finalmente la decadencia trágica del paso del tiempo)

La reflexión llega ahora que Trump se la juega en las legislativas, con una prensa cada vez más acorralada por las redes, ese vivero de rencores donde "los otrora extremistas ocupan hoy el centro. Internet es el megáfono que ha sacado sus mensajes de las cuevas y los ha vuelto mainstream", tal y como diagnostica John Carlin en De bilis a balas (2), valiéndose del discurso que pronunció el pasado 24 de octubre, ante el Parlamento Europeo, Tim Cook, sucesor de Steve Jobs en Apple. Allí, el director ejecutivo de la compañía de la manzana, avisó: "Plataformas y algoritmos que prometen mejorar nuestras vidas pueden magnificar nuestros peores comportamientos (...) Se aprovechan de la confianza de las personas para profundizar divisiones, incitar a la violencia y socavar la percepción común de lo que es real y lo que es falso”.

No deja de ser curioso que en plena era de la comunicación, cuando más canales existen para el diálogo, sea el monólogo exterior el que impone su ley con toda su charlatanería de asalto. El resultado de semejante desvarío es un show en manos de cuatro políticos sobreactuados, que aprovechan cualquier púlpito para montar su espectáculo en horario de trending topic. El sociólogo Bertram Gross anticipó la jugada a principios de los ochenta, cuando avisó en su libro Friendly Fascism que el nuevo fascismo no llegaría montado en carros de combate, ni rodeado de esvásticas, sino a través de una cara sonriente en un programa de televisión. A esos excesos interpretativos, "de llanto místico" e hiperemocionalidad, cada vez más frecuentes y jaleados, se refiere Luis Martínez en su columna en El Mundo: "Ahora mismo es mucho más fácil, y hasta humanitario, arrojar una bomba atómica sobre la región más extrema del extremo oriente que contemplar la muerte de un gatito"(3).

Con una sola pregunta, Enric González desarbola todo este falsario: "¿Qué haría yo si fuera el otro?"(4). Rosa Montero añade: "La mayor heroicidad consiste en ser la única voz que dice basta"(5). Mucho antes, Scott Fitgerald, el autor de ese retrato certero del postureo estadounidense que es El gran Gastby, escribió: "La prueba de una inteligencia de primera clase es la capacidad para retener dos ideas opuestas en la mente al mismo tiempo y seguir conservando, a pesar de ello, la capacidad de funcionar".


(1) https://elpais.com/economia/2018/11/02/actualidad/1541113443_583480.html
(2) https://www.lavanguardia.com/opinion/20181104/452713540742/de-bilis-a-balas-por-la-red.html
(3) https://www.elmundo.es/papel/firmas/2018/11/05/5bdee685e5fdeaaa428b45cf.html
(4) https://elpais.com/elpais/2018/11/02/opinion/1541169746_639513.html
(5) https://elpais.com/elpais/2018/10/29/eps/1540811145_969396.html

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