Platero y yo

Estamos cada vez más cerca de la venta ambulante de títulos académicos. Solo falta un paradista, entre el puesto de las verduras y el de las alpargatas, voceando con un diploma al viento: 'Me los quitan de las manos'



"Vendo título de filólogo. A estrenar. Precio a convenir". Clasificados como este, en el futuro, tal vez se conviertan en la solución a la crisis de los anuncios por palabras. Quien dice filólogo, dice cualquier otro diploma que no sea un regalo. Sáquenselos de encima ahora que todavía están a tiempo. La próxima burbuja será universitaria. Cuando no habíamos salido de la cuarentena ortográfica, aún hay lingüistas tratándose en balnearios húngaros, viene el gobierno y redobla la apuesta: "Los alumnos podrán sacarse el Bachillerato con una asignatura suspendida"(1). Se trata, en declaraciones de la ministra de Educación, Isabel Celaá, de no minar la autoestima del adolescente "gripado", haciendo más llevadera su inopia de WikipediaNada que no se hiciera ya de manera oficiosa, recalca la portavoz del Ejecutivo, recordando el comodín bienintencionado que los profesores se guardan en la manga para aprobar el curso a los estudiantes que solo flaquean en una materia. 

Con la nueva fórmula compensatoria, de momento la propuesta tiene que pasar el filtro del Parlamento, la junta de evaluación, como un Supremo en horas bajas, puede decidir por mayoría de dos tercios si una asignatura resulta, o no, aprobada. Lo que ocurre es que donde antes se compensaba una, ahora se compensarán dos. Y luego tres. Y así, de ley en ley, de reforma en reforma, de rebaja en rebaja, seis en menos de cuatro décadas, casi a razón de una por Mundial, tenemos los planes educativos hechos un eccehomo, y las colas de paro juvenil cada día más lustrosas, con imberbes a los que les cuesta leer un párrafo más largo que un tuit, y no hablemos de escribir un texto sin faltas, aunque eso sí, repleto de abreviaturas y chirimbolos, lo que no deja del todo claro si se trata de un homenaje a Juan Ramón, a Platero o a las vanguardias.

En una carta que pulula por la red desde 2015, el profesor de Periodismo, Leonardo Haberkorn, decía rendirse, claudicar frente a sus alumnos porque "llega un momento en que ser periodista te juega en contra. Porque uno está entrenado en ponerse en los zapatos del otro, cultiva la empatía como herramienta básica de trabajo. Y entonces ve que a estos muchachos -que siguen teniendo la inteligencia, la simpatía y la calidez de siempre- los estafaron, que la culpa no es solo de ellos. Que la incultura, el desinterés y la ajenidad no les nacieron solos. Que les fueron matando la curiosidad y que, con cada maestra que dejó de corregirles las faltas de ortografía, les enseñaron que todo da más o menos lo mismo"(2).


A este paso, y seguro que se ahorrarían un pellizco, solo falta que diseñen unas máquinas expendedoras de títulos. Así como lo oyen. Funcionando las 24 horas. De manera ininterrumpida. Cerca de las zonas de botellón. O de los parkings de discoteca. Donde por unas monedas, al precio de un cubalitro, uno pueda costearse los diplomas que se le antojen, con una voz agradecida que, como en las antiguas máquinas de tabaco, pronuncie: "Su grado de Enología, gracias"; justo antes de que el cachivache se ponga en modo rumbero, amenizando la transacción con el Peret más clásico: Borriquito como tú, tu-ru-rú...


(1) https://www.elmundo.es/espana/2018/11/10/5be5e387e5fdeaff048b45f5.html
(2) https://verne.elpais.com/verne/2018/11/11/articulo/1541931254_806173.html


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