Relato de un náufrago

En los radares de vigilancia, el Mediterráneo continúa acribillado de pateras con menos relumbrón que el Aquarius. Y un escalofrío, como un mentol de tristeza, encoge la amígdala y el aliento





Ser un solitario ya no se lleva. Nadie luce soledades en los desfiles de moda. A sus 82 años, la policía ha obligado a Masafumi Nagasaki a abandonar su autodestierro en una isla desierta al sur de Japón, después de casi tres décadas de naufragio voluntario. Cuando decidió bajarse del mundanal ruido, en 1989, para convertirse en un robinsón posmoderno, el muro de Berlín todavía era una tapia infranqueable y Donald Trump, a golpe de talonario, guisaba su propio Tour de Francia en Estados Unidos, un fiasco descomunal que apenas duró dos carreras. El Louvre inauguraba su icónica pirámide, se ponía en órbita el primero de los satélites que conforman el sistema GPS, y el Ayatolá Jomeini pedía la cabeza del escritor Salman Rushdie por su novela Los versos satánicos, mientras Nintendo lanzaba la Game Boy y la televisión nipona estrenaba Dragon Ball. En los Balcanes, la retórica del odio incubaba la barbarie que nos sobrevendría... 

La historia de Masafumi salió a la luz por primera vez en 2012, cuando un español, Álvaro Cerezo, director de una agencia de viajes especializada en islas desiertas para personas que quieren experimentar el aislamiento extremo, le hizo una especie de entrevista para un vídeo promocional de su negocio. El anciano japonés solo pretendía alejarse de "los males del mundo", decía. A saber: "Dinero y religión"(1)

A día de hoy, silencio y retiro son extravagancias que se pagan con el éxito en YoutubeLos programas de viajes amenazan con no dejar recodo libre de souveniresCon junio desahuciado, los medios se visten con uniforme de turoperador a media jornada pugnan por ofrecer el paquete vacacional perfecto. Rankings interminables de literatura refrescante; destinos que triunfan en Instagram; las mejores películas para la desconexión; los festivales más cool; y una ristra de seriales en pepitoria para cruzar la canícula sin sofocos... El verano se desmiga en mil segmentos que llevan el epitafio de su nicho de mercado. El descanso a toda costa, como meta insensata, es una birria en serie, en mitad de una olimpiada de selfies que se cuelgan la medalla del like masivo. Las vacaciones han dejado de ser un derecho para convertirse en una obligación de rumbos comunes. Un intervalo para la ficción, en el que a uno lo mismo le da por recordar, después de siglos de apodo fingido, el nombre exacto de su pareja, que por encontrar a un hijo que llevaba trienios desaparecido en el asiento de atrás del crossoverAl algoritmo, como al Oráculo de Delfos, no hay quien le tosa. Lo más seguro es que a estas alturas prevacacionales ya estén contando en negativo los días que les faltan para volver al tajo, más rutinario, desde luego, pero menos agotador en sus expectativas.


Las vacaciones han dejado de ser un derecho para convertirse en una obligación de rumbos comunes. Un intervalo para la ficción, en el que a uno lo mismo le da por recordar, después de siglos de apodo fingido, el nombre exacto de su pareja, que por encontrar a un hijo que llevaba trienios desaparecido en el asiento de atrás del crossover 

Aunque no aparezca en el top de las sugerencias, la exposición del fotógrafo francés Pierre Gonnord, Atavismos, bien requiere un alto en el camino, un instante de sosiego y oxígeno. Gonnord es otra anomalía. Abandonó su trabajo en el sector del marketing para dedicarse por entero al retrato. Desde entonces, centra su objetivo en gitanos, inmigrantes, mineros, monjes... rostros curtidos a base de vida incómoda. Miradas y fósiles comparten ahora Museo de la Evolución Humana en Burgos (2)

Medio millón de años entre unos y otros, y el mismo desamparo inamovible recorre la sala, dejando al visitante desprotegido, en una intemperie a la deriva, como la que sintió Manuel Rivas durante una estancia en Roma. Lo contaba hace unos días en su columna La patria de la maleta (3). En una pared, cerca de Piazza Venezia, arrancó un cartel indignado, en el que se leía: Vacanze en Italia (vacaciones en Italia) sobreimpreso en una imagen que "mostraba una barcaza, llena de inmigrantes, levantando los brazos en un gesto que era de petición de auxilio". Jordi Puntí, en El Periódico, destaca una instantánea publicada en el diario italiano La Repubblica, como calcada de un fotograma de La Gran Belleza de Paolo Sorrentino, con un grupo de señoras haciendo aeróbic en la playa de Pozzallo, en Sicilia, mientras a su espalda, en el horizonte, un barco con 113 inmigrantes espera a que algún país "desarrollado" le preste un minuto de atención (4).

En los radares de vigilancia, el Mediterráneo continúa acribillado de pateras con menos relumbrón que el Aquarius. Y un escalofrío, como un mentol de tristeza, encoge la amígdala y el aliento. Un grupo de científicos verifica la hipotermia y registra en la Antártida la temperatura más baja sobre la faz de la Tierra, -98 grados (5).



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