Romancero del hombre invisible y la mujer transparente

Francia prohíbe el móvil en las escuelas mientras Europa estudia la creación de un centro de asilo de inmigrantes fuera de sus fronteras




El estraperlo del siglo XXI ha bajado de las sierras a las llanuras de las pantallas, donde se apalanca internet, ese bazar chino de veinte mil leguas de trapicheo incesante. Que a usted, terrícola raso, se le ha quedado pequeña su capa para hacerse invisible, la pone en venta en Facebook por 230 euros, toda una "ganga", y seguro que alguien pica. Ha ocurrido en Edimburgo. El propietario del artilugio, que parece sacado de una subasta del vestuario de Harry Potter, es un tal Stewart Knox, que se aburría durante una baja y urdió el plan junto a su hijo para echar el rato (1). El problema es que siempre hay un incauto a la altura de un pitorreo y ha habido quien se ha tomado la puja en serio, llevándose su consiguiente chasco.

Durante este fin de semana en Barcelona se reflexiona sobre la conexión emocional que establecemos con los objetos que nos rodean. Wilson, el balón de vóley que se marca la mejor interpretación de Náufrago, con permiso de Tom Hanks, tendría hoy sus días contados en mitad de un contexto sometido a la dupla frenética de producción y consumo. Bajo el título La rebelión de los objetos, un grupo de artistas profundiza en la obsolescencia que inunda nuestra rutina dejando una cordillera de vertedero y chatarra (2)

Entre los armatostes abandonados, tal vez una máquina de pinball, el escritorio donde los macarras de barrio atravesaban las tardes de los sábados ochenteros. Antes del Fifa, fueron el colmo del vicio recreativo, tanto que en Estados Unidos llegaron a prohibirlas durante la década de los treinta por considerarlas tan adictivas como "la heroína, el alcohol o las tragaperras"(3)


Bajo el título 'La rebelión de los objetos', un grupo de artistas profundiza en la obsolescencia que inunda nuestra rutina dejando una cordillera de vertedero y chatarra

Ahora es el móvil el que acapara las escamas. El Parlamento francés acaba de prohibir su uso en las escuelas, medida programada por Macron, que pretende combatir la nomofobia en una adolescencia cada vez más tiranizada por las tecnologías digitales (4), quizá propicia para una revisión de El guardián entre el centeno, la obra cuyo clamoroso éxito llevó a su autor, J.D. Salinger, a bunkerizarse (5)

Algo así pretende Europa, que se despoja sin pudores de su naturaleza humanista. "Un grupo de países propone crear un centro de asilo fuera de la UE", titula El País (6). "Si yo tuviera una escoba (...)", tararearían Los Sírex. Hay más pundonor en ese orangután quijotesco que se enfrenta a una excavadora que tala los árboles de su hábitat en Indonesia (7) que en la mayoría de las sesiones de la eurocámara. 

Luego nos daremos el pisto. Exhibiremos músculo educativo y meteremos en un examen para una plaza de limpiador, cocinero o portero en la Junta de Castilla y León, algo tan común como una relación de los detergentes con "amonios cuaternarios"(8). El siguiente paso será exigir una ingeniería para un puesto de barrendero, ahora que, casualmente, estudiar va retomando poco a poco su antiguo elitismo de bolsillo: "Los créditos ahogan a los estudiantes en EEUU" (9), con universidades que han olvidado su acometido y se lanzan con desparpajo a la caza de clientes potencialmente hipotecables. 

Un estudio publicado en la revista Science, cuantifica en torno al 25% el umbral necesario para generar un cambio social (10). Pero ni con esas nos amigamos. Es la tragedia de las minorías. El drama perpetuo de los cuatro gatos. Sin necesidad de capas ultramágicas, el protagonista de El hombre invisible de Ralph Ellison es un negro que trabaja en una fábrica de barnices en Long Island, productora del "blanco óptico" y en cuya entrada, sobre un rótulo enorme, se lee: "Mantened limpia América con pinturas Libertad". La novela, con uno de los mejores inicios de la literatura, según la American Book Review, arranca así: "Soy un hombre invisible. No, no soy uno de aquellos trasgos de Edgar Allan Poe, ni tampoco uno de esos ectoplasmas de las películas de Hollywood. Soy un hombre real, de carne y hueso, con músculos y humores, e incluso cabe afirmar que poseo mente. Sabed que si soy invisible se debe, tan solo, a que la gente se niega a verme".



(3) https://www.yorokobu.es/pinball/

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