Si continuamos el análisis, llegamos, a través de los reflejos de las gafas, a la linterna frontal. Un guiño a Antonio Molina, sin duda, porque en algunos laboratorios farmacéuticos, como en las minas, se escarba en busca del potosí, o sea, del antídoto perfecto para trapichear miserablemente con su fórmula, nada que no sepan los lectores de John Le Carré. Es lo que ha hecho, por ejemplo, Aspen Pharmace, "que ha multiplicado los ingresos obtenidos por cinco medicamentos contra el cáncer tras retirarlos en 2014 del mercado español, obligando a los hospitales a comprarlos en el extranjero a un precio hasta treinta veces más alto", según informa El País (1). "En su estrategia, la empresa llegó a plantearse destruir lotes enteros de medicinas, tras meses de desabastecimiento", tal y como desveló en su día una investigación llevada a cabo por el diario británico The Times.
El modus operandi es sencillo: se quedan con los llamados fármacos huérfanos (cambien fármaco por menor de edad y tendrán una mafia), "moléculas sin competencia porque son baratas y no interesan a los grandes laboratorios ni a los fabricantes de genéricos". Y una vez logrado el monopolio, "echan un pulso a las autoridades sanitarias", encareciendo el producto todo lo que la codicia abarque. Por eso, si abriéramos el plano, definitivamente, no sabríamos si estamos ante un equipo multidisciplinar de científicos a sueldo o ante una banda de forajidos que planea entre probetas su próximo golpe.
(1) https://elpais.com/sociedad/2018/12/04/actualidad/1543956295_803332.html
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