La década prodigiosa

Para que luego digan que no hemos evolucionado, del raquitismo al sobrepeso en apenas una pantalla. Los hijos de los parados ya no se mueren de hambre, ahora tienen derecho, incluso, a cinco raciones diarias de bollería industrial



Marbella. Agosto de 2003. Isabel Pantoja: "Dientes, dientes, que eso es lo que les jode". Kevin Systrom, joven programador, toma nota en la cafetería de Stanford. La receta está servida: mezclar careta y espejo en la misma olla. En 2010 crea Instagram. Justo ahora se cumplen diez años. Y los años tecnológicos, como ocurre con los perros, hay que traducirlos al castellano. O sea, que una década de microchips equivale, grosso modo, a toda una edad geológica. La historia, por supuesto, no fue así, pero la historia en estos casos es lo de menos. Lo importante es el montaje del director. Luego, si hay que recular se recula. Recular, como ya saben, es colgar un belfie (autorreatro del culo) un mínimo de dos veces por semana. O pitar penalti para compensar un error del VAR a favor del contrario. Más o menos lo que ha hecho Pedro Sánchez con el Rey. En cuestión de unos días, tras el lío ese de los despachos y la ausencia de Felipe VI en Barcelona, el Jefe del Estado y el presidente del gobierno van a lucir dientes por partida doble. Pero es que este país, si de algo sabe es de dobleces.

Lo pienso mientras veo a María Martín, la que fue protagonista de El silencio de los otros ("un viaje a las cunetas del franquismo", según títuló El País en su día ), llevando flores al quitamiedos donde yace, en una fosa común, su madre, Faustina López. Fuera de contexto, la imagen de la anciana con su luto, sentada en el arcén de una carretera, bien podría ser un homenaje de la Dirección General de Tráfico a los 1.806 muertos por accidente en 2018, año en que se estrenaba el documental que acaba de ser premiado con dos Emmys. Así está el panorama: represaliados del franquismo y moteros con mala suerte comparten cuneta. Para algunos, buscar a un familiar asesinado, fuera cual fuera el bando, es poco menos que brujería. 

De aquellos años de barbarie, lo que más recuerdan los que todavía no han muerto en las residencias, es la miseria y el hambre que despachan las posguerras. Ahora, la pobreza es otra cosa. Noticia de El País: "La obesidad infantil afecta el doble a los niños de familias con rentas más bajas". Para que luego digan que no hemos evolucionado, del raquitismo al sobrepeso en apenas una pantalla. Los hijos de los parados ya no se mueren de hambre, ahora tiene derecho, incluso, a cinco raciones diarias de bollería industrial. La comida basura es el dieselgate de la sanidad pública, pero a ver quién es el guapo que rechista. Cada vez que un biólogo cuestiona un alimento precocinado se monta un cirio. No se salva ni el capitán Pescanova. Cuando una televisión se atrevió a emitir un reportaje sobre el verdadero valor nutricional de sus palitos de pescado, el cabreo de la empresa gallega fue tan grande que la cadena en cuestión, para no perder el pastón que la multinacional se dejaba en anuncios, tuvo que contraprogramar otro espacio alabando los beneficios de los congelados frente a la crisis de las vacas locas. Es cierto que de aquello ya hace mucho, casi veinte años, pero viene a cuento porque la Audiencia Nacional acaba de condenar al expresidente, Manuel Fernández de Sousa, a ocho años de cárcel por falsear las cuentas para lograr financiación, lo más parecido a pasar un filtro ultrafashion por la calculadora, es decir, postureo empresarial y un pufo de casi 3.000 millones. Lo explica en elDiario.esJosé Precedo, que de complicidades gallegas sabe un rato.

Y a base de fast food, la pobreza se va acumulando en las venas. Y no hay Danacol que lo pare. Lo peor de un niño curvy es que no da la talla para ser instagramer. Ni siquiera instapoeta. Para rimar versos, por lo visto, hay que tener los oblicuos en estado de gracia. Y tampoco da la talla el típico barrio donde a falta de pan hay pizza. No es lo mismo lucir palmito en un resort de Dubái que en la pensión Doña Carmen. Para colmo, ahora que nadie nos lee, hay que ver cómo se ha puesto el precio del kilo de seguidores. Está por las nubes. Quiero decir, que para ser influencer también hay que tener un padre futbolista. De hecho, si el comercio de proximidad quiere subsistir, que se deje de tanta campaña de Correos y se ponga a vender likes en cualquier frutería.

Todo lo anterior forma parte de un retrato generacional con los menos fotogénicos de cualquier crisis. Vale la pena recordar la respuesta que siempre recibió María, la octogenaria que suplicaba la exhumación de su madre Faustina: "Te llevarás a tu madre cuando las ranas críen pelo". De momento, los árboles ya dan móviles. Los cuelgan, en Estados Unidos, cerca de los centros de distribución, los repartidores de Amazon, para ser los primeros en recibir el pedido. Todo llega, Faustina. Hasta la distopía.




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