Estados Unidos arde en manos de un pirómano que ha hecho de la turbulencia racial su pitch and putt doméstico
Da igual en qué pandemia andemos metidos, esta noche, otra vez, Pretty Woman. Si hubiésemos apuntado qué hacíamos cada vez que han repuesto la película de Julia Roberts y Richard Gere, tendríamos una historia recentísima de España contada para escépticos, una especie de álbum familiar que ríete tú de Cuéntame. Y es que hay películas que caen en gracia. Suelen llevar mucho sirope, lo típico: empresario canoso, ultracapitalista hasta las cejas, contrata a chica de compañía... Por menos, a Hugh Grant le hicieron un escrache. Así cotizaba el sueño americano en los noventa, cuando todavía era frecuente compaginar aquello de ser un truhan y un señor sin cambiar de discográfica. ¿Y cuántos negros participaban de aquel cuento de hadas? Que yo recuerde, a bote pronto, el chófer de la limusina y el tipo de la voz en off de la última escena, la que nos aclara, por si las moscas, que "esto es Hollywood" y en Hollywood se miente más que se rueda (perdón por el spoiler).
La cosa ahora es más estricta, a ver quién vende un guion sobre el affaire de una mujer blanca, de mediana edad, casada y con hijos, que se lo monta con el joven Pepito Piscinas de un motel de Miami, con la venia de su marido, el rector de la universidad evangélica más grande del medio oeste. ¡Ah no!, que eso es noticia. Jerry Falwell Jr., amigo de Donald Trump y presidente, por vía paterna, de la ultraconservadora Liberty University, es el protagonista de uno de esos tríos bíblicos que demuestran con qué hipocresía se comportan algunos cuando se apaga el pilotito rojo. Es el enésimo colofón de un gobierno adicto al queroseno. Estados Unidos arde en manos de un pirómano que ha hecho de la turbulencia racial su pitch and putt doméstico. Y la economía responde con una ola en los parqués. No la economía que conocemos usted y yo, la del vendedor de alitas de pollo que ve cómo le saquean noche sí, noche también, la camioneta y va acumulando bilis; no, la otra, la gran economía, esa que mueve el mundo de las ideas, lo que demostraría que ciertos banqueros prefieren el rifle. Y de protesta, la NBA cerrará los play offs un rato. Y puede que hasta a un bisnieto de Agatha Christie le dé por cambiar el título a una de sus novelas. Lo que haga falta con tal de parecer el caudillo de los antirracistas.
Con semejante panorama, dan ganas de enviar un burofax al primero que se ponga a tiro. Bajarse ya de esta diligencia. Si ustedes también están sopesando la tocata y fuga, relean a uno de los grandes optimistas del siglo XX, Emil Cioran. Tal y como apunta Màrius Carol en La Vanguardia, él dio con la clave para no rendirse: "¿Por qué retirarnos, por qué abandonar la partida, cuando aún nos quedan tantos a quienes decepcionar?".
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