Pedimos lobo al cuento, por folclore, por homenaje a 'El hombre y la Tierra' o por salpimentar el miedo. Y entramos gratis en fase de luna llena
Ya tenemos otro Emmy para fardar de televisión con tronío. Nos cuesta tanto ganarlos que habría que ir pensando en vallar una fuente para las celebraciones. Como en el fútbol. Ya ven. Pan y circo. Austeros por la gracia de Dios o por el césar de turno. 45 años han pasado desde el primero, el que logró La cabina, de Antonio Mercero, al mejor telefilme. Somos buenos en la fabulación pero fallamos en las grandes citas. Nos tiembla el palmarés y eso penaliza en el ranking FIFA, en los Oscars, y hasta en Bruselas. Ahora, La casa de papel, la serie creada por Álex Pina, la más vista de habla no inglesa en la historia de Netflix, se ha llevado el premio al mejor drama (1). Medio siglo entre un galardón y el otro, y una idea fija: el culto a la claustrofobia. De la falta de interlocutores de la dictadura al atraco perfecto de la democracia. Del teléfono sin línea, zulo con vistas de José Luis López Vázquez, al expolio sistémico de la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre, a ritmo partisano, con Úrsula Corberó y careta de Dalí mediante. Surrealismo y metástasis.
Dice David Trueba que "en las últimas dos décadas a los españoles se les ha negado el futuro"(2). Y lo que te rondaré morena. "Los menores de 30 años necesitan más de cinco contratos para trabajar un año", titula La Vanguardia, en lo que ya se conoce como "la mili laboral". Unai Sordo, secretario de Comisiones Obreras, lo resume así: "Ser mileurista, hace años, era sinónimo de pobreza; ahora es una aspiración para el 30% de los jóvenes que trabaja”(3). Un dato irrelevante a juzgar por lo que ocupa en los discursos. El diálogo como farsa, escribe Sergi Pàmies, donde el discrepante "debe asumir su condición de tonto útil en un paisaje en el que las promesas (salario mínimo, exhumaciones, etcétera) son más una flatulencia estratégica que una voluntad argumentada"(4).
Un exceso de retórica que allana el camino a los chupópteros venideros. "Lo políticamente correcto nos hizo creer que nos gustaban los guisos sin sal, el pescado hervido, los chicles sin azúcar", desgrana Carlos Zanón (5). Pero resulta que no, que después de un tiempo de voto monástico el cuerpo pide un nuevo chute de adrenalina, suponga lo que suponga eso, incluso si el precio a pagar es caer de nuevo en las garras de una cabina. "Si hay sal y Amazon Prime, no nos importa que se descuarticen periodistas, que se amañen elecciones, que jueguen al póquer con nosotros de fichas ni que los ídolos defrauden a Hacienda". Pedimos lobo al cuento, por folclore, por homenaje a El hombre y la Tierra o por salpimentar el miedo. Y entramos gratis en fase de luna llena.
(1) https://elpais.com/cultura/2018/11/20/television/1542682489_459415.html
(2) https://elpais.com/elpais/2018/11/19/opinion/1542630844_354477.html
(3) https://www.lavanguardia.com/economia/20181119/453035609435/jovenes-empleo-trabajo-contrato-precariedad.html
(4) https://www.lavanguardia.com/politica/20181120/453053923757/dialogo-para-hablar-con-los-que-piensan-como-tu.html
(5) https://www.lavanguardia.com/local/barcelona/20181120/453054535214/con-todos-ustedes-el-lobo.html
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