El despertador es la guillotina de los soñadores
Hay equipos que solo saben caer a lo grande. Son como un viral de Jackass, les das una derrota de sobremesa y te devuelven un drama de Esquilo en versión contemporánea. Es una manera de ponerse en el campo. Meditabunda y poética. Lo demostró el Barça en Anfield, escenario perfecto, como las Picornell, para un triple mortal con tirabuzón y doble pirueta. En lo que los técnicos del ayuntamiento diseñaban la rúa para el triplete, los azulgrana dejaron los restos de un naufragio del que hablarán los cronistas en los anales. El despertador es la guillotina de los soñadores. Ahora resulta que todo el mundo intuía el hundimiento, pero se lo callaban por el bien de La Orejona, como si el silencio comunitario fuese un conjuro contra las tragedias en Champions.
Cuando el berrinche se pasa de castaño puede acabar en humor negro, que es lo que fue el cuarto gol, una jugada a balón parado ensayada en el Club de la Comedia. No hace ni 24 horas que unos cuantos reivindicaban, por fin, el éxito continental de un estilo vistoso y temerario, el de Cruyff, por mucho que este Barcelona tenga del legado de Johan lo mismo que el euroGetafe. Finalmente, el homenaje al holandés se ha visto reducido a la mínima expresión: la chiripa del Tottenham para colarse sobre la bocina, un guiño, sin duda, a las ligas de Tenerife.
De momento, Valverde busca destino en TripAdvisor, como si fuera el único responsable del despilfarro en dos jugadores inoperantes: Coutinho y Dembélé, a saber, el heredero brasileño de la nostalgia de Kaká y el díscolo frágil. El resto del parque móvil, por año de matriculación, necesita un plan renove, sin que nadie en el club tenga claro si hay que apostar por el modelo híbrido o el eléctrico en ciernes. Por lo demás, lo de siempre, puristas de salón haciendo cábalas sobre futbolines hasta que alguien reviente el mercado en la Sotheby's de los fichajes.
Lo único cierto a estas horas es que en esta temporada ha triunfado el fútbol del Brexit, comandado, eso sí, por un alemán y un argentino en los banquillos, y un senegalés (Mané), un egipcio (Salah), un danés (Eriksen) y un surcoreano (Son Heung-min) en el césped. Madrid, sede de la final, ya se engalana para convertirse en la capital del hooliganismo. No hubo iniestazo y las guarderías lo lamentan en arameo. Las cerveceras, sin embargo, se frotan las manos.
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