Vértigo

 No hay quien nos tosa en cifras del paro. El nivel de perversión del mercado laboral está llegando a tal punto, que los números varían en función del crono. Es el trabajo interruptus, una especie de orgasmo precario



He aquí dos maneras de enfrentarse al vértigo: la interior (del niño de la camiseta roja), doméstica y alicatada, como de diván y simulacro; y la exterior (la del compañero de al lado), de corrala y óxido, expuesta siempre a la intemperie más lunática. De la imagen se deduce que la caída y el tupé van de la mano. No hay más que tropezar para que a uno se le pongan los pelos de punta. Los parques de atracciones lo saben y explotan el negocio. Una cámara automática, ubicada con esmero, dispara como un francotirador sin alma. Los adultos conocen el método y por eso se acicalan en lo que dura la ascensión. Los niños, a pesar del cole, son otra cosa más improvisada. 

A priori, la fotografía en cuestión podría haberse tomado cualquier día de las pasadas vacaciones, pero ayer los medios nos pusieron sobre aviso: "31 de agosto de 2018: el día que más empleo se destruyó en la historia de España"(1). A razón de quince mil puestos por hora. Si han visto el gráfico (si no échenle un ojo) sabrán de lo que hablo. Dibuja un tobogán idóneo para la diversión en familia, que nada tiene que envidiar a las mejores montañas rusas del planeta. Fue el pasado viernes, día de San Ramón Nonato, patrón de las cesáreas con sede (léase parroquia) en el Bronx. Ni un solo adivino, de esos que pululan por los canales de madrugada, predijo la fecha. Y eso que los analistas, "para celebrar la vuelta a la anormalidad", en palabras de Sergi Pàmies (2), nos alivian diciendo que era previsible, porque el viernes es ya de por sí la jornada negra de la semana, además era el último día de agosto y, para colmo, final precipitado de una temporada tibia. Vamos, que hasta el más pintado sabía que iba a perder su jornal, aunque los sustos, para ser efectivos, necesitan su dosis de sorpresa.

Hemos conocido los pormenores gracias a la reciente obsesión de monitorizarlo todo. Aquí no se salva ni el sexo. A estas alturas ya habrán escuchado algo del condón inteligente o i.Con Smart Condom, un anillo para el pene, pensado para colocarse durante las relaciones sexuales y registrar todo tipo de parámetros, como las calorías consumidas, el número y la velocidad de las penetraciones, la duración del coito, la temperatura de la piel o la variabilidad en las posiciones (3). Un conjunto de datos que el usuario recibirá más tarde en el móvil, en lo que antes era el tiempo del cigarro, y que reducen el sexo a deporte, o sexo de competición, de ahí a convertirse en disciplina olímpica apenas quedan unos trámites. 

De momento, y a falta de plusmarquistas, (por no entrar en el récord anual que se ha marcado hoy el recibo de la luz 4), no hay quien nos tosa en cifras del paro. El nivel de perversión del mercado laboral está llegando a tal punto, que los números varían en función del crono. Es el trabajo interruptus, una especie de orgasmo precario. Así que ya lo saben, si no tienen dinero para experimentar la adrenalina del descenso vertiginoso en una atracción de feria, no se agobien, acudan a una oficina de desempleo a un comedor social. Eso sí, vayan ensayando cara frente al espejo. Pueden tomar como referente El grito de Munch. Luego dirán que el estado del bienestar no se preocupa por nuestro ocio.



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