Yo, robot; tú, Chita

Un androide acaba tercero en las elecciones por la alcaldía de un distrito japonés mientras el mundo celebra el día de la bicicleta, en honor al científico suizo Albert Hoffman, padre del LSD



Se llama Michihito Matsuda, es un robot y ha quedado tercero en las elecciones a la alcaldía por el distrito de Tama, en Tokio. Su programa electoral, meridiano: acabar con la corrupción e igualdad de oportunidades, lo que le ha valido para convencer a 4.013 votantes. Los titiriteros del androide son un capitoste de una compañía móvil y un exempleado de Google (1). En la Ser, Pepa Bueno, siguiendo la línea editorial de Emmanuel Macron, da en el clavo: "Cuando los políticos no son creíbles, cualquier populista puede serlo"(2). Sophia, otra inteligencia artificial que pasea desparpajo por las convenciones tecnológicas de medio mundo, se atreve, incluso, a definir a los humanos: "Son las criaturas más creativas del planeta pero también las más destructivas"(3). Creada en 2016 por un ingeniero de robótica que trabajó en Disney, la autómata logró en 2017 la ciudadanía saudí. "Espero que sea una señal de que Arabia Saudí de verdad busca progresar en el futuro", comentó entonces. Dicho y hecho. Los árabes reabren sus cines después de cuarenta años cerrados a cal y canto. Black Panther ha sido la película escogida para la cita. Atrás queda parte de la censura, por delante un suculento negocio, sólo en entradas se prevé recaudar mil millones de dólares en una década (4).

En la oscuridad de una sala cinematográfica se fraguó la historia de éxito de Eric Barone, creador del videojuego retroindie Stardew Valley. Tras graduarse en ingeniería informática, Barone no se conformaba con su empleo de acomodador de cine mal pagado. Tenía un plan, un sueño entre manos, evasión y victoria. Trabajó durante un lustro en una idea que a todo su entorno le parecía la locura de un perdedor. El trance le permitió desarrollar su propio videojuego, de principio a fin, un simulador de granjas para huir del mundanal ruido. Y, contra pronóstico, triunfó. Su pueblo virtual, alias Pelícano, con reminiscencias de La casa de la pradera, sedujo a miles de gamers. En menos de seis meses se había embolsado doce millones de dólares y su nombre figuraba en la lista de 30 de menos de 30 de Forbes. Su hazaña ha quedado recogida en el libro Blood, sweat and pixels, del periodista Jason Schreirer (5).
Tras graduarse en ingeniería informática, Barone no se conformaba con su empleo de acomodador de cine mal pagado. Tenía un plan, un sueño entre manos, evasión y victoria

Como Barone, Víctor Moscoso fue otro inconformista. En los sesenta San Francisco fue el epicentro de un cambio. En pleno auge del hippismo, un gallego de Oleiros, ignorado en su tierra, mezcló modernismo, surrealismo y ácido para componer más de sesenta carteles que marcaron el diseño de la psicodelia californiana (6), el viaje más alucinógeno de todos los tiempos, regado con la mejor cosecha de LSD. 

El químico suizo Albert Hoffman abrió la veda un 16 de abril de 1943, tras ingerir por accidente en su laboratorio una pequeña dosis de dietilamida de ácido lisérgico (LSD). Tres días después, tal día como hoy, decidió autoadministrarse una dosis para registrar los efectos reales de la sustancia. La vuelta a su casa, en bicicleta, fue una odisea de visiones caleidoscópicas. Años más tarde, en 1985, el profesor y ecologista de la universidad de Illinois, Thomas B. Roberts, recuperó el episodio y le rindió homenaje bautizándolo como el Día de la Bicicleta (7), jornada que comparte protagonismo con el día Mundial de los Simpson, cuando se cumplen 31 años de la primera emisión de la serie creada por Matt Groening (8).

Con tanta juerga, Feria de Abril de por medio, no es de extrañar que tres monos de un laboratorio de Texas decidieran darse el piro como en una precuela de El planeta de los simios. Al parecer, los babuinos colaboraron en la fuga, utilizando un bidón de 200 litros para saltar la verja (9). Bromas aparte, la anécdota pone de manifiesto el maltrato que los animalistas llevan siglos denunciando.

Si hablamos de atrocidades, los nazis conservan la plusmarca. Un estudio llevado a cabo por un grupo de investigadores de la Universidad de Maguncia, desvela que los árboles noruegos guardan memoria de sus estragos. Pinos y abedules nórdicos se vieron afectados por la niebla química, a base de ácido clorosulfúrico, que los germanos utilizaban para ocultar en los fiordos una de las joyas de su armada, el acorazado Tirpitz (10).
Un estudio llevado a cabo por investigadores de la Universidad de Maguncia, desvela que los árboles noruegos guardan memoria de los estragos del nazismo
Si una momia de la época faraónica levantara la cabeza quizá soltaría uno de sus improperios fetiche: "Que te sodomice un burro". El Museu Egipci de Barcelona organiza un curso sobre el fascinante universo de las maldiciones en el antiguo Egipto (11). Como Mary Shelley con Frankenstein, fue otra autora inglesa del siglo XIX, Jane Wells, la responsable del mito de la momia, con su relato ¡La momia! Una historia del siglo XXII

Llegados a estas alturas del artículo es de sentido común preguntarse cuánto tiempo hubiera dedicado un sistema informático para escribirlo. De momento, tenemos indicios: "Marchitará la nieve, el fin pesado, por tal caso, con una lengua sola, duro rato de rastro ensangrentado". Los versos son de WASP, una computadora que ha aprendido poesía rastreando lo más granado del Siglo de Oro. Ya intuyó Antonio Machado, a través de las Coplas mecánicas de su alter ego, Juan de Mairena, que el porvenir nos depararía "una máquina de trovar" o "aristón poético". Por ahora, sin embargo, no parece que peligre el trabajo de escritor. Ya sólo falta que la Seguridad Social se tome en serio el oficio de juntaletras.



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