Foto: Pixabay
NOTA (a poder ser, leer con la música de
Antón García Abril)
Para regocijo post mortem de
Valle-Inclán (asegura Orhan Pamuk que “los buenos novelistas son profetas ingenuos”(1)), España
se animaliza. Conducir por la península se ha convertido en safari. Por
primera vez, la fiebre de los SUV
cobra un mínimo de sentido. Del typical
cruce a destiempo de la tríada jabalí, ciervo y zorro, se ha pasado en menos de
lo que canta un gallo a la ocupación indiscriminada de carreteras por parte de
la más diversa fauna (2). A semejante ritmo, el helicóptero de la Dirección General
de Tráfico tendrá material suficiente para un remake low cost de El hombre y la tierra, que competirá en
visualizaciones con el vídeo de las desavenencias entre Doña Sofía y la Reina
Letizia durante la misa de Pascua en Palma (3).
Cuando una
familia apechuga con el apellido Real pierde el don de los invisibles, dejando al resto de mortales en el limbo de las
ficciones, que son “la nobleza de la mentira”, en palabras de Bruno Pardo. Que
se lo digan a los Rufino, saben de lo que hablo. La saga andaluza, digna de la pluma
tremendista de Cela, decidió enclaustrarse en vida tras el asesinato de su hija (4). Tolstoi
sentó jurisprudencia literaria en Ana
Karenina: “Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada
familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada”. El
escritor ruso, junto a Thoreau y Jack London, colmó de naturalismo desobediente
al joven Christopher McCandless, personaje que inspiró la novela Into de wild de Jon Krakauer, llevada al
cine por Sean Penn bajo el título Hacia
rutas salvajes. El idealismo de McCandless tuvo la recompensa de una muerte
por avitaminosis (AVISO: se ha colado un spoiler)
en las entrañas de un autobús abandonado en la reserva de Denali, techo de
Alaska y lugar de obligada peregrinación nómada.
Cuando una familia apechuga con el apellido Real pierde el don de los invisibles
De viajes
imposibles tiene algo que decir la chef mexicana Cristina Martínez.
Indocumentada y víctima de la violencia de género, Martínez huyó de Capulhuac.
Hoy regenta un restaurante al sur de Philadelphia, el sexto en el top ten de los mejores nuevos
restaurantes de Estados Unidos 2016, según la revista Bon Appétit. Mientras buscaba narrar “las dificultades para cocinar
barbacoa fuera de México”, la periodista de Univisión,
Inger Díaz, se dio de bruces con su historia, que acabó retratando en: Mejor vete, Cristina, Premio de
Periodismo Ortega y Gasset (5), un reportaje que desmonta las tesis maníacas de
Trump en su país de pistoleros, donde los alumnos son obligados a enfundarse mochilas
transparentes por si las moscas. “Hay épocas en que la realidad humana, siempre móvil, se
acelera, se embala en velocidades vertiginosas. Nuestra época es de esta clase
porque es de descensos y caídas”, sentenciaba Ortega y Gasset.
Casi en las
antípodas, para ser más concretos en China, el delirio levanta murallas
mentales valiéndose de la censura que la Administración Estatal de Prensa,
Publicación, Radio, Películas y Televisión de la República Popular reparte a
destajo y que llevó a prohibir, por ejemplo, la exhibición de la peligrosa
Babe, el cerdito en la ciudad.
Goya dejó
testimonio en un aguafuerte de la serie los Caprichos:
El sueño de la razón produce monstruos;
y la megalomanía de los tiranos es el ejemplo más fehaciente. En su libro Filek. El estafador que engañó a Franco,
que encontrarán en las librerías a partir de mañana, Ignacio Martínez de Pisón relata las peripecias de este embaucador vienés capaz de venderle al
Generalísimo un combustible revolucionario, sustitutivo de la gasolina y hecho
a base de agua, vino y verduras (6).
El cuento
chino y el gato por liebre se traduce en la jerga del talego por carreta y embolate, acepciones que han recopilado los de Carabancheleando en su Diccionario de
las periferias, un compendio de las expresiones más castizas de los barrios madrileños (7), tan
lejanos del imponente frontón neoclásico del Congreso, flanqueado con orgullo
por los poderosos leones de Ponciano Ponzano, remiendo de los originales, dos
esculturas escuálidas de José Bellver, encanijadas y diminutas, motivo de
sorna, que a día de hoy descansan tranquilas como fierecillas almibaradas en su
retiro felino en el Parque de Monforte de Valencia (8).
El Diccionario de las periferias recopila las expresiones más populares de los barrios madrileños
Y mientras eso pasa, más de media España oxigena su alivio tras el golazo de Cristiano
después de toda una carrera de simulacros, “siempre con resultado catastrófico:
quería hacer una chilena y le salía un meme”, escribe Jabois. “Fue el remate de
un delantero que comprueba que puede volar después de haberse tirado diez años
por la ventana”, continúa el articulista gallego en su columna Cristiano, así en el área como en el cielo (9).
Es “la construcción del Madrid como monstruo mitológico”, como equipo
superdotado que se aburre de la Liga y abdica para espabilarse en
Europa, donde aguarda la naturaleza última de su verdadero fútbol. Contradicción y desidia, como la de Marcos Rodríguez, el Mowgli de Sierra Morena, criado entre lobos durante más de una
década y que ahora, a los 71 años, necesita de la caridad para no helarse en su
pueblo de Ourense. “El hombre lo ha echado todo a perder”, certifica, haciendo
buena la cita de Plauto, popularizada por Hobbes: “El hombre es un lobo para el
hombre”, justo antes de destrozar de un plumazo el romanticismo de toda licantropía: “La luna
llena no transforma en fiero a nadie. Los lobos aúllan y tienen más actividad
sólo porque esa noche ven mejor” (10).
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