El pijoaparte y otros oficios

 Así llega este entretiempo, con políticos que escriben y escritores que dan la brasa



Octubre. Se caen las hojas de los periódicos y un manto de noticias cruje bajo la indiferencia de los niños. Octubre, decíamos, es un mes que va perdiendo fuelle. Empezó octavo y ya es el décimo, o sea, antepenúltimo. ¡Ay los césares!, aparcan su nombre donde les da la gana. Del calendario romano pasamos al juliano. Luego vino el gregoriano para decorar las paredes de los talleres con sus chicas en cueros. El gregoriano, que es el nuestro, se acordó en un concilio, el de Trento, donde el palique fue muy solemne, como en el congreso del PP estos días, pero con más chicha. En la reunión de amigotes de Pablo Casado faltaba Ayuso. La presidenta de la Comunidad de Madrid es una influencer a tiempo completo, y ya saben que en la influencia importa mucho el decorado. Faltaba Ayuso, que está de gira por los Estados Unidos, y ha sobrado Sarkozy. La estrella invitada ha salido meme. Resumiéndolo a saco: el modelo a seguir, por lo visto, es un expresidente condenado por financiación ilegal y tráfico de influencias. En fin. También pasaba por allí Vargas Llosa. El Premio Nobel de Literatura sigue empeñado en enseñarnos cómo se vota, la misma semana que José Luis Rodríguez Zapatero publica ensayo sobre Borges. 

Así llega este entretiempo, con políticos que escriben y escritores que dan la brasa. Todo es cultura, incluida la propuesta esa de trabajar hasta los 75. La soltó el ministro de la Seguridad Social, argumentando que en España, vaya por Dios, "hace falta un cambio cultural", porque la cultura, como dice Javier Pérez Andújar, se ha convertido en la coartada perfecta. Y los chavales toman nota. De repente, hay un boom de la FP en España. Los jóvenes quieren ganarse la vida de lo que sea. Llegar a los 80, como mínimo, siendo productivos. Y ahora que el mensaje por fin ha calado, resulta que no hay plazas para todo el mundo. Antes había que hacer cola para una operación de menisco o para comprar un décimo en Doña Manolita; ahora, además, toca esperar para ser mecánico. Puede que la libertad también fuera esto, elegir la cola o el botellón donde echar el rato mientras alguien se preocupa, de una vez por todas y sin amarillismos, de los jóvenes en este país.




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