La soledad de los números primos

Hoy me ha dado por pensar en lo desgraciadas que deben sentirse las familias de siete personas. Los Serrano, por ejemplo. Y en todo el sacrificio que supone dejarse a un miembro fuera de la mesa. ¿Cómo se elige al apestado? En Madrid y Cataluña, que siempre aportan su sello de autor, la tragedia será para las de once. Comienza la subasta de la clase media




Hoy me ha dado por pensar en lo desgraciadas que deben sentirse las familias de siete personas. Los Serrano, por ejemplo. Ya saben, uno más uno son siete. Y en todo el sacrificio que supone dejarse a un miembro fuera de la mesa. ¿Cómo se elige al apestado? Lo digo por las previsiones del gobierno para estas Navidades. (Vale la pena detenerse un momento a observar la táctica: se filtra un plan, se espera la réplica y en función de la bulla se toman las medidas. Todo muy higiénico). En Madrid y Cataluña, que siempre aportan su sello de autor, la tragedia será para las de once. Comienza la subasta de la clase media. Y aquí no hay ensoñación que valga.

Como ocurre en las cadenas de contagio, la economía también busca a su paciente cero, cuando todavía éramos felices como en una canción de Maluma. Titula La Vanguardia: "La clase media pierde peso y cae a niveles previos a los años 90". Precisamente, en El año del descubrimiento, el cineasta Luis López Carrasco sitúa la fecha exacta en 1992, ¿recuerdan? Fue el año en que perdimos la fe en las mascotas de felpa. Mientras España descorchaba la Expo y los Juegos, en Cartagena ardía el parlamento. Literalmente. ¿El motivo? Comenzaba la desindustrialización del país, aquello del mercado común y la modernez financiera. A la postre, privatización de empresas, deslocalización de sectores estratégicos, familias en paro, comisionistas a tiempo completo y las primeras nostalgias del proteccionismo franquista. La cara B del despelote. Una nota a pie de página. Residual. La idea era que nadie se cargara la macrofiesta. También pasó con la guerra de los Balcanes. En la Eurocopa de Suecia sustituyeron a Yugoslavia por Dinamarca, y tan campantes.

Del mismo barullo trata el premio Booker de este año, Shuggie Bain, debut literario del escritor escocés Douglas Stuart, un retrato de su propia infancia en un Glasgow desgarrado por las políticas de Margaret Thatcher. En la recámara, la caída del Muro de Berlín, la muerte del comunismo y el braguetazo fiscal.

Son dos de las obras de referencia de este 2020 y ninguna aparece al tuntún. En el primer caso hablamos de Murcia, donde la extrema derecha gana cuota de pantalla. En el segundo, de Escocia, donde no hace mucho se celebró un referéndum por la independencia. De aquellos ecos, estos hemiciclos. Aunque la mayor metáfora de lo desandado, a pesar de todo, la ofrece la imagen viral de ese alumno que se encarama a un abedul en Siberia para poder estudiar online. El hombre, o el niño, volviendo a las ramas en busca de wifi, que es el fuego del ciberproletariado. Y ya que está de moda la sobremesa educativa, un libro, o mejor dicho el libro, Devaluación continua, de Andreu Navarra, y una frase que sirve para cualquier bolsillo: "Necesitamos recursos, no sermones". 


 



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