Lo que ha ocurrido en Madrid, ese macrobotellón de conspiranoicos, amantes del chupito de lejía, el dióxido de cloro artesanal o cualquier otro mojito hecho a base de desinfectante para piscinas, demuestra que no hay vacuna contra la estupidez humana
Se va al Youtube, que es el Ikea de los negacionistas, se elige una conspiración para rumiar en casa, a juego con el aburrimiento de las paredes, y ya tiene uno en qué echar la tarde de los domingos. Lo que ha ocurrido en Madrid, ese macrobotellón de conspiranoicos, amantes del chupito de lejía, el dióxido de cloro artesanal o cualquier otro mojito hecho a base de desinfectante para piscinas, demuestra que no hay vacuna contra la estupidez humana. Sucede cuando se utiliza el whatsapp como si fuera una revista científica, que se acaba confundiendo lo que es una farmacia con una droguería.
Lo mejor, si es que hay algo positivo, fue la escasa afluencia, tanto buscar un comité de expertos y resulta que en Colón teníamos a 2.500 -iluminado arriba, iluminado abajo- a precio de ganga. Hay quedadas del frente nacional proliberación de enanos de jardín con más invitados. Medida en conciertos, para fans de Miguel Bosé, la mani antitodo no habría dado ni para llenar el estadio del San Luqueño. Un fracaso, sin duda, lo que deja al cantante, si quiere volver al Papitour, al borde de cocinar un cebiche en Ven a cenar conmigo o de imitar a Betty Missiego en Tu cara me suena.
Dicho de otro modo, antes, las grandes revelaciones eran cosa de pastorcillos, cuando la Virgen se aparecía en petit comité, aprovechando el 5G de alguna encina. Luego los entrevistaba El loco de la colina o daban el cante un rato en aquel programa infame que era El semáforo, pero ahí se cerraba el círculo. Ahora, en cambio, cualquier profesor de yoga se monta su Wikileaks y arrasa entre nostálgicos de Expediente X.
Muchos, no sin razón, sobre todo sanitaria, opinan que la concentración no debió celebrarse, lo que ocurre es que hay aquelarres que buscan, precisamente, ese tipo de censuras. Y entre tanto cacao mediático, al resto, a los que vamos de listos, nos cuelan datos que deberían preocuparnos mucho más que un guateque de frikis. Ahí van tres ejemplos:
-Ahora que Barça y Real Madrid necesitan fichar, "los cien millones que puede llegar a costar un futbolista top servirían para pagar 133.000 jornadas de hospitalización en UCI de enfermos de coronavirus, según el baremo de 750 euros/día fijado por la patronal de la sanidad privada". El apunte es de Miquel Molina, director adjunto de La Vanguardia.
-En una entrevista en el XLSemanal, el psicólogo de Stanford, Michal Kosinki, asegura que Facebook solo necesita 150 likes para saber más de nosotros mismos que nuestros propios padres. Y 300 para saber más que nuestra pareja. Sus estudios fueron aprovechados por Cambridge Analytica para manipular votantes en Estados Unidos.
-Y el último, la prensa se regocija porque hemos colado trece universidades españolas entre las 500 mejores del mundo, según el ranking de Shangái. Lo que no cuenta es que "el 75% de los graduados españoles jamás ejercerá la profesión que estudió". Lo explica José Domínguez en The Objective.
Lo que quiero decir es que tarde o temprano todos somos el idiota de alguna cena. Es la pirámide trófica de Villa Bordeline, que diría el vividor-follador de La que se avecina. En la cúspide, por ejemplo, un faraón emérito pasándoselo pipa en un hotel de ultralujo en los Emiratos.
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