Llama la atención que en un mundo sin filosofía los envases de Don Simón tengan "conciencia ambiental". Así cotiza el pensamiento. Hay que abrir un zumo de fresas con arándanos para tener una idea brillante
Llama la atención que en un mundo sin filosofía los envases de Don Simón tengan "conciencia ambiental"(1). Así cotiza el pensamiento. Hay que abrir un zumo de fresas con arándanos para tener una idea brillante, mientras "las escuelas (como las universidades) se transforman fatídicamente en centros de selección de personal donde ya no se alimenta el anhelo de saber, sino que se orienta a los alumnos hacia aquellas áreas de la economía que favorezcan su empleabilidad", tal y como critica Juan Manuel de Prada (2).
La sociedad del conocimiento ve en la mente humana una suerte de procesador de datos programable, capaz de ser actualizado en función de la última necesidad bursátil. Y todos tan campantes, porque en el lucrativo self service de la alegría, la duda ofende. Si no, ojeen el penúltimo best seller, un catecismo simplón sobre cómo ser feliz durante cien días, unas nueve semanas y media con prórroga y penaltis, escrito, cosas del azar o del algoritmo, por un experto en finanzas (3). "Constelaciones familiares. Psicología positiva. Biorresonancia. Teatro terapéutico. Reiki. Posturología. Terapia regresiva. Programación neurolingüística. Cuadrinidad. Psiconeuroinmunología. Acupuntura. Flores de Bach. Focusing. Movimiento auténtico. Sistema ARC. Feng Shui..." ¿Estamos obsesionados con la felicidad?, se pregunta Sergio C. Fanjul en El País (4).
Blanqueamiento dental y rayo uva son el uniforme de un bienestar a granel donde el culo es el espejo del alma del influencer. En su manual de antiayuda Cómo ser feliz a martillazos, el antropólogo Iñaki Domínguez denuncia toda esa radiofrecuencia de palique individualista que responde, únicamente, a criterios de lonja, fomentando el endiosamiento personal o, lo que es lo mismo, la figura del emprendedor, quizá la más terrible y cínica de las burbujas actuales.
La felicidad que se lleva, la más contemporánea, es una ficción nacarada que se calcula en dientes, como saben bien los odontólogos y La Pantoja. La corresponsal de The New York Times, Sarah Smarsh, titulaba con acierto, en 2014, No hay mayor vergüenza que tener dientes pobres en un mundo de ricos (5). En esa partitura literaria que es Ordesa, Manuel Vilas escribe: "Ojalá pudiera medirse el dolor humano con números claros y no con palabras inciertas. Ojalá hubiera una forma de saber cuánto hemos sufrido, y que el dolor tuviera materia y medición. Todo hombre acaba un día u otro enfrentándose a la ingravidez de su paso por el mundo". Ahora, rebájenlo con unos emoticonos.
(1) https://www.elperiodico.com/es/bienestar/20190211/don-simon-primera-marca-en-sacar-envases-con-conciencia-medioambiental-7133631
(2) https://www.xlsemanal.com/firmas/20190211/cognitivismo-juan-manuel-prada.html
(3) https://elpais.com/elpais/2019/02/08/buenavida/1549620367_735674.html
(4) https://elpais.com/elpais/2019/02/06/ideas/1549475672_482116.html
(5) https://smoda.elpais.com/moda/dime-como-es-tu-sonrisa-y-te-dire-lo-precario-que-eres/
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