El penúltimo baile




-¿Tiene algo nuevo el periódico?
-Sí, la fecha
'La quiniela', Ana Mariscal (1960)


Si veinte años dan para un tango de Gardel, diez, que es la mitad del partido, merecen, como poco, un trap de C. Tangana. "Claro que sí, guapi". Hoy se cumplen diez años del último capítulo de Perdidosla serie que cambió los parámetros de la ficción televisiva con un principio prometedor, una madurez psicotrópica y un final de juzgado. Casi un poema de Gil de Biedma. Diez años y seguimos en la misma palapa, dándole vueltas al pasado, como profesionales de un reality de supervivencia que se miran el ombligo para entretener al público en su pandemia. Sabemos que fue histórico porque se emitió de madrugada, como la llegada del hombre a la luna, y porque algunos símbolos, como el del humo negro, ya forman parte de la nave del misterio, otro aliciente para movilizar en las redes a un buen número de antivacunas. 

El "humo negro", como contaminante lingüístico, ya había aparecido muchos años antes en La mancha humana de Philip Roth, novela en la que un viejo profesor de Literatura Clásica, exdecano de una universidad de poca monta en Nueva Inglaterra, se ve forzado a prejubilarse tras un linchamiento en el campus por haber utilizado una expresión supuestamente racista, algo así como parece que se hubieran "hecho negro humo", en alusión a dos estudiantes que habían faltado a clase. Para colmo, el tipo era reincidente en la incorrección y ya acumulaba en el palmarés otra denuncia por parte de una alumna que consideraba degradantes para las mujeres las tragedias de Eurípides que se impartían durante el curso. Puritanismo educativo al servicio de un sistema cada día más mojigato. Otro ejercicio de virtuosismo de Philip Roth, que, viendo los derroteros del affaire Lewinsky (ya saben, una mamada, un vestido y un presidente), se adelantaba varias décadas a la plaga de corrección política que venía de camino, un juicio sumarísimo, como un Sálvame Deluxe, en que la calumnia funciona como agitador del televoto y la democracia. Muy a cuento esta semana, con la publicación de la autobiografía de Woody Allen, A propósito de nada, que estuvo a punto de quedarse en los cajones de la Santa Inquisición. Si a todos los futbolistas les pidiéramos el pasaporte de inmunidad por buena conducta nos quedaríamos sin cantera. Fútbol e historia del arte reducidos a cuatro gatos santurrones. Debe ser que la moral cotiza según la disciplina olímpica.

Y hablando de Juegos, anoche mismo, aprovechando que las Air Jordan vuelven a los escaparates (algo tendrá que ver El último baile, el documental sobre la vida y milagros de la estrella de los Bulls), en Teledeporte repusieron la final de baloncesto de Barcelona'92. Comentándola, el mítico Ramón Trecet, que se pasó 22 años, ahí es nada, despidiendo Diálogos 3, su programa musical en la radio, con una frase que debería estar en el top de los tatuajes para el verano de furia que nos aguarda: "Buscad la belleza, es la única protesta que merece la pena en este asqueroso mundo".




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