Nos dijeron que el frotar se iba a acabar y desde entonces no ganamos para lavadoras. Ahora, la reforma educativa anuncia que el memorizar también se va a acabar, vayan ahorrando para iPhones
Hay épocas que son como un anuncio. La nuestra, sin ir más lejos. "El frotar se va a acabar", decía Wipp Express, y desde entonces no ganamos para lavadoras. Hace unos años, recuerdan, todo era exprés, empezando por la olla. Ahora tenemos la Thermomix, que es un robot de cocina, la Nespresso, el Roomba y, sobre todo, mucho premium, por aquello de que el tiempo es oro, palabra de Constantino. Amén.
En ese vendernos algo, lo que sea, a toda costa, en ese trapicheo de cafeína y suavizantes, cabe también el último espasmo educativo, la Ley Celaá, que, si fuera un anuncio, diría algo así como "el memorizar se va a acabar". El otro día, durante la puesta de largo de los primeros pasos de la reforma (sí, ahora se hace un circo hasta del minuto y resultado de cualquier proyecto, será porque hay que justificar lo mucho que se curra en algunos despachos) la ministra lo dejó muy claro: "Ya no es suficiente el aprendizaje memorístico y acumulativo (...). España necesita ciudadanos dotados de competencias multifacéticas, interdisciplinares e integradas". O sea, Toni Cantó, por ejemplo. Faltó meter eso de la "transversalidad" y cantamos bingo.
Harían bien los políticos en dejarse de milongas. La escuela, cada vez más, es el lugar donde aparcar al crío para que los padres puedan hacer el zoom tranquilos, como las residencias son el lugar donde aparcar al abuelo para poder seguir haciendo el zoom otro rato. No se trata de aprender y menos aún de formar a alumnos con un espíritu mínimamente crítico, de lo que se trata realmente es de pasar de cuartos en el mundial de PISA y celebrarlo en Cibeles con Pepe Reina gritando: "¡Camarero!", porque aquí, ya lo ven, estudiar idiomas sirve para eso, para atender a guiris en el Madrid libertario. No hay otra fuente de ingresos. Y en esa verbena, en ese FITUR nuestro de cada día, se va imponiendo la desmemoria, que es el mejor detergente para los trapos sucios.
La memoria es lo que queda cuando ya sólo queda humo. Sin memoria, no hay hemeroteca y sin hemeroteca, estamos condenados a tragarnos cualquier sapo, que es el sueño de todo publicista. Lo hemos visto esta semana durante el juicio por la caja B. Nadie se acuerda de nada. Incluido Aznar, ese presidente que manejaba informes secretísimos sobre las armas de destrucción masiva en Irak pero que no tenía ni pajolera idea de lo que se cocía en su partido. Lo demás, como dice M. Rajoy, es "metafísicamente" imposible.
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