Esto no es una pipa

Ser joven en este país es una profesión sin futuro. Como la de sereno. De hecho, hay gente que lleva esperando desde el 2008 el momento oportuno para ser joven sin molestar mucho



Ser joven en este país es una profesión sin futuro. Como la de sereno. La juventud, por así decirlo, es un anuncio, pero el día a día es otra oficina que no comulga con la carne tersa. ¿A quién se le ocurre ponerse a ser joven con la que está cayendo? De hecho, hay gente que lleva esperando desde el 2008 el momento oportuno para ser joven sin molestar mucho. Cuando no es la quiebra de Lehman Brothers, es una sopa de murciélago, y ahora encima le dan matarile a Mujeres y hombres y viceversa, el único programa que ha hecho algo contra el paro juvenil (el otro fue Españoles en el mundo, el vente p'Alemania Pepe en versión punto cero). A falta de expectativas laborales, Telecinco ofrecía plató para dormir. Y tampoco se exigía un máster, algo que es de agradecer tal y como están los planes de estudio. Apenas, tableta de chocolate, pandero Kardashian y mucho like en el currículum. Durante trece años, hemos visto todas las posibilidades de la silicona. También las mentales. No había orgullo más grande para una madre que tener un hijo tronista, sólo comparable con que te llamen de la selección o con que te toque el ingreso mínimo vital. 

Entrar en el universo Mediaset es vivir del bolo, despellejar a quien se tercie y calzarse un polígrafo de vez en cuando si la economía se pone chunga. Es el atajo perfecto para llegar a montajista por la puerta grande. Con un poco de labia, uno podía pasar de viceverso a concursante, de concursante a colaborador y de colaborador a pantocrátor, como la princesa del pueblo. Cuantas más miserias por destapar, más posibilidades de ascenso. Es el modus operandi de la telebasura. Leña al mono. Luego, en función de las querellas, se fuma la pipa de la paz y se acuerda una cifra -la restitución del honor siempre tiene muchos ceros-. Así de sencillo. Y en esas llegamos a Rociíto. Otra forma de chupar de la teta. De repente media España es del Atlético Chipiona. Hasta ayer, Rocío Carrasco, la hija de la Jurado, era la peor madre del mundo porque lo decía Telecinco. Amén. Y Antonio David, su ex, un padre coraje. Ahora, resulta que no. El prime time tiene estos giros. De entrada, todo el respeto para la supuesta víctima, pero también un poco de presunción para el agresor, es de sentido común, sobre todo, porque existen dos sobreseimientos, y entre la toga y la inquisición, digo yo que mejor la primera.

Lo más preocupante, a pesar de todo, es que algunos profesionales se presten al circo. Incluida toda una ministra. La tele no tiene por qué ser creíble, pero la política debería parecerlo. Convertir a Rociíto de la noche a la mañana en el nuevo símbolo de la violencia de género es como reducir la libertad de expresión a un problema de raperos, o sea, confundir a la audiencia para evitar que se hable de otros temas. Ahí va uno, ¿por qué cierta juventud prefiere cornearse en un reality antes que estudiar medicina? Y si de lo que se trata es dar visibilidad, como dicen, en unos meses veremos los resultados. Si bajan las agresiones o suben las denuncias, porque muchas mujeres se ven con fuerza para denunciar gracias a la docuserie, habrá que ponerle un monumento a Vasile en el Ministerio de Igualdad. Mucho me temo que nadie hará el ejercicio de comparar los datos. El periodismo también va por otros derroteros. El clickbait, por ejemplo, que es como el televoto, requiere de ciertas dosis de sensacionalismo. Para entonces, Sálvame ya estará destripando a otra familia. Tiempo al tiempo.


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