Lo que tienen en común todos los miedos es que detrás de cada uno siempre florece un gran negocio. O varios
Poco se está hablando de la crisis de la castaña. Sí, sí, la castaña. El semiconfinamiento de Todos los Santos ha sido la puntilla para un sector que ya venía tocado con toda la horterada esa de Halloween. Los más afectados, sin duda, el sindicato de estudiantes. Sin la tradicional venta callejera de castañas asadas, no hay manera de hacer caja para el viaje de fin de curso. El viaje de fin de curso, recuerden, era el principal motivo para que los niños no abandonasen la escuela antes de tiempo, como ocurre en otros países, donde lo más frecuente es amasar una fortuna de muy jovencito, cosiendo balones de cuero, por ejemplo, para que nuestros cracks marquen muchos goles.
Aquellas excursiones, además, eran todo un rito de iniciación. Si uno era capaz de aguantar 50 horas en un autocar de dos plantas, ya estaba preparado para cualquier zumba existencial que trajera el futuro. O eso prometían las guías de viaje. Ya en las Termas de Caracalla o en la Acrópolis de Atenas había que dejarse un carrete de 36 fotos, que era la hostia (para que luego se crean los influencers que han descubierto América), comprar muchos souvenires, incluso para los vecinos, y llevarse la típica caricatura de rigor. En toda Europa, no hay monumento o plazoleta concurrida sin un dibujante. Lo que vengo a decir es que la caricatura tiene algo de turístico, hay que alejarse mucho para poder reírse de uno mismo. Sin la distancia adecuada, cualquier parodia puede parecer una declaración de guerra. Y todo esto viene a cuento por el rebrote de yihadismo de los últimos días. Algo no funciona, desde luego, cuando un profesor francés, que quiere enseñar a sus alumnos que con la libertad de expresión no se juega, muere decapitado. Moraleja para toda una generación: la blasfemia tenía un precio. Luego Macron desenfunda esa frase de spaguetti western: "El miedo va a cambiar de bando". No señores, el miedo no tiene que cambiar de acera, el miedo, simplemente, tiene que desaparecer, porque si no, lo único que estamos haciendo es allanar el camino para que el presidente turco haga de presidente turco, la extrema derecha de extrema derecha, y en medio, vaya tomando forma un reguero de inocentes, ya sea un profesor de instituto, una anciana que reza en Niza o unos amigos que charlan en un café de Viena.
Y lo que vale para unos, también vale para otros. Cuando el trío lerele de las Azores se montó su particular paintball en Irak, medio mundo protestó contra la injusticia. Ahora es el turno de que los musulmanes, los no fanáticos, la inmensa mayoría, supongo, condenen sin medias tintas toda esta nueva ola de violencia. Otra cosa es que aquí, en casa, nos preguntemos ¿qué cojones pasa para que unos chavales sueñen con ir a Disney World y otros solo piensen en viajar a Siria? La noticia del imán que captaba menores acogidos en San Sebastián, nos pone sobre la pista. Pobreza, marginalidad, desencanto, abandono absoluto, falta de expectativas... Lo de siempre, sin que nadie se digne a proponer un solo remedio. Por no hablar de los tejemanejes que se traen los gobiernos occidentales con ciertos emiratos: trapicheo de armamento, contratas de todo tipo, venta indiscriminada de grandes clubes, derechos de televisión, mundiales de fútbol, reyes eméritos...
Y a todo esto, ¿España qué dice? Pasa palabra. Esta vez parece que Charlie Hebdo no va con nosotros. Quizá sea porque aquí de blasfemar sabemos un rato. Tenemos a Willy Toledo, aunque blasfemar en cristiano sale más económico. O porque se cuecen otros sustos. La okupación, sin ir más lejos. Las grandes fortunas de este país están invirtiendo en Securitas Direct, según informa elDiario.es. Ya ven por dónde van los tiros. Pero tampoco se trata de ir mezclando fobias a lo loco, para eso ya están los psicoanalistas. Si algo tienen en común todos los miedos es que detrás de cada uno siempre florece un gran negocio. O varios.
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