Cuando se pierde la fe en el futuro, los primeros que se resienten son los bancos de las iglesias y los bingos
Dice Doña Manolita, la lotera (o lo que es lo mismo, Concha Corona, la directora de la mítica administración de loterías madrileña), que este año la gente no está para pedreas. Se están vendiendo décimos, sí, pero no a ritmo de satisfyers. Cuando se pierde la fe en el futuro, los primeros que se resienten son los bancos de las iglesias y los bingos. Todo podría arreglarse si el gobierno sorteara, con cada número premiado, uno de los millones de vacunas que anuncia para principios de 2021. Después de dar prioridad, eso sí, a los grupos de riesgo, quiero decir: adolescentes con miedo al botellón, teletrabajadores sin antivirus en el portátil o viejas glorias de la Liga a punto de fichar por un equipo chino. Es la única manera que se me ocurre de conciliar salud y economía, esos dos gallos que, según la tesis de Johan Cruyff, no pueden compartir pandemia.
¿Se imagina acudir a su centro de Atención Primaria de confianza a cobrar el reintegro de un boleto y llevarse de paso una minidosis de alguna vacuna taiwanesa? Desde que perdió las elecciones Donald Trump, no ganamos para fiestas. Hasta tenemos ya la lista Forbes con los españoles más poderosos. Solo los cinco primeros acumulan más de la mitad de la riqueza del país. El 55,6% para ser exactos. Y si cinco multimillonarios acaparan el 55,6% de la fortuna nacional, el top ten, así a bote pronto, debería alcanzar el 111,2 por ciento. ¿Imposible? Vayan sumando islas vírgenes y atolones con nombre de ropa y entenderán los saldos.
Por si acaso, para negacionistas del monopoly, Oxfam Intermón aporta su propio informe con 740 filiales de compañías del Ibex 35 operando en paraísos fiscales. Es cierto que para la oenegé cuenta como paraíso cualquier país con los cristales tintados, pero la cifra, más allá de los criterios, es vergonzante. Por no hablar de otros baremos. En 2019, por ejemplo, el máximo ejecutivo de una empresa del IBEX cobró en tres días lo mismo que un trabajador medio en todo el año, aunque según constata el mismo estudio, debido a la emergencia sanitaria, en los últimos meses, por lo visto, ha crecido el compromiso social de las empresas. A la fuerza ahorcan. Lo peor de tener que escoger entre la bolsa y la vida es pasarse demasiado tiempo jugándosela al pito pito gorgorito porque al final uno puede quedarse sin gordo de Navidad ni médico de cabecera.
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