Del señor de las moscas a Breaking Bad (Historia de una desescalada)

Hoy, fiesta infantil del desconfinamiento. Niños paseando a padres con zoomdependencia, tratando de explicarles por qué los bares todavía no están abiertos



Hoy, fiesta infantil del desconfinamiento. Mascarilla de los domingos y guantes nuevos. Hay familias que han gastado el carrete entero del iPhone inmortalizando el momento. Como la comunión, pero sin yayos. Con el peligro añadido de cruzarse por la Gran Vía con un zombi de Walking dead, según los montajes de VOX. Demasiado catecismo para sesenta minutos. Niños paseando a adultos con zoomdependencia, tratando de explicarles por qué los bares todavía no están abiertos. Criaturas serias, como funcionarios de prisiones, que han madurado lo que no está escrito, a fuerza de aguantar las pataletas de sus padres contra el gobierno bolchevique. Preadolescentes que han entendido que para llegar a presidente de una superpotencia hay que decir cosas como que el coronavirus se cura con una inyección de lejía. O algo parecido. Porque lo que está en juego, ni más ni menos, es el derecho a la desinformación de toda república bananera. Menores de catorce años que ya saben que la riqueza se calcula en metros cuadrados. Y que una pandemia lo mismo sirve para bailar una cumbia que para graduarse en Filosofía Clásica por la Universidad de Pensilvania. En fin, jóvenes con el futuro destartalado que ya piensan en abrir una farmacéutica para especular. 



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