Antes se trabajaba para salir de pobre, o esa era la idea. Ahora, sin embargo, se trabaja para no caer en la más absoluta miseria, porque de pobre con pedigrí ya no se sale
Resumen de la semana: volcán y palomitas. Volcán, pirámide y neonazis, para ser concretos. ¿Lo último de Indiana Jones? No, España a finales de septiembre. Nos hemos pasado media vida preguntándonos qué nos llevaríamos a una isla y ahora resulta que lo importante era saber qué salvaríamos, precisamente, de una isla. El cargador del móvil, por ejemplo. Un, dos, tres, responda otra vez... Quiero decir que hay preguntas que están muy bien para acudir a un concurso de la tele, pero que no sirven para el día a día, porque el día a día es otro desahucio que avanza a cámara lenta. Ocurre con el salario mínimo, sube tan a miajitas que, en comparación con otros pufos, da tiempo de contemplar toda la voracidad que asoma.
Por lo visto, 15 euros son un destrozo. Para la patronal es como tirar la hucha por la ventana. Y más con la que está cayendo. Sólo hay que ver a todos esos futbolistas que hacen cola para bajarse el sueldo por amor al fair play financiero. Siempre, eso sí, en riguroso streaming, que es como se cierran los nuevos simbolismos, ante notario y audiencia. Da igual que el jugador en cuestión, incluso después de podarse dos o tres Ferraris del apellido, gane en un año lo mismo que usted y yo en 25 reencarnaciones, lo que se lleva este otoño-invierno es el currante comprometido con el escudo de la empresa. Así, trabajar se va convirtiendo, poco a poco, en un oficio para bohemios. Y el frutero se mete a instapoeta. Y la comadrona se abre un OnlyFans. Y entre unos y otros abarrotan los platós de Telecinco, que son la quiniela de los imposibles.
Antes, ya ven, se trabajaba para salir de pobre, o esa era la idea. Ahora, sin embargo, se trabaja para no caer en la más absoluta miseria, porque de pobre con pedigrí ya no se sale. Quizá, como pasaba con la pregunta chorras de la isla, lo más oportuno fuera darle la vuelta al cuestionario. Si existe un salario mínimo ¿por qué no tenemos un salario máximo?, se preguntaba Enric González en la Ser. No hablo de poner un tope, eso, ya lo sabemos, sólo provocaría una fuga de consejeros delegados camino del PSG. A lo mejor bastaba con algún tipo de baremo para fijar las diferencias salariales entre compañeros de la misma plantilla. Que el gran jefe, como mucho, cobrara mil veces más que el último becario, por partir de algún romanticismo. Puede que así algunas riquezas parecieran menos indecentes de lo que son.
Decía Mario Camus (nos deja justo ahora que vuelve el cine de catástrofes) "que el señorito de hoy no está en el cortijo sino en el banco". Le faltó añadir, y en las tecnológicas, y en las gasísticas, y en los laboratorios o en cualquier otra carroña. Gerard Piqué, a propósito del mal juego del Barça, fue contundente: "Es lo que hay". Anoten la frase. Es la excusa perfecta.
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