Del comunismo o hamburguesas hemos pasado al comunismo o chuches. La libertad para algunos consiste, básicamente, en hincharse a phoskitos y chuletones. Son los mismos que quieren pimplar lo que haga falta antes de coger el coche
El día menos pensado, volvemos a la lumbre. Lo dice Austria, y aquí el periodismo de relumbrón se echa al monte. En los colegios, los niños aprenden a improvisar calabazas de queroseno por si llega la noche de los tiempos. Es Jalogüin y en Jalogüin se abre la veda del susto y el cambio de hora. El cambio de hora, de momento, no es inconstitucional. Las plusvalías municipales, por lo visto, sí. Plusvalía es un concepto de otro siglo, pero es que hay palabras como inflación que nunca pasan de moda. Con la sentencia, los ayuntamientos -pena, penita, pena- pierden su segunda fuente de ingresos. Traducido a la economía peninsular, vendrán otros sablazos que darán más miedo. Y todo, mientras el gobierno prohíbe la publicidad de bollería industrial y pseudozumos en horario de infancias. Esto ya lo hemos vivido antes. Sí, sí. Fue con las casas de apuestas. Y luego con aquello de la carne. ¿Cómo era? Comunismo o hamburguesas. ¿Y ahora? ¡Comunismo o chuches! Menuda martingala. La libertad para algunos consiste, básicamente, en hincharse a phoskitos. Son los mismos que quieren pimplar lo que haga falta antes de coger el coche. Los mismitos que todavía no aceptan eso de no poder fumarse un habano mientras corre el licor de la sobremesa. O los que se ríen del cambio climático porque es un invento de cuatro ecologistas de manicomio. La medida no es el milagro antigrasa, de acuerdo, pero es un gesto para señalar un problema, la obesidad infantil, que no debería servir para tanto chiste. Ni siquiera en un país modernete. No se extrañen si a partir de ahora Madrid se convierte en la capital del turismo de golosina. Jugar con la salud de los demás, sobre todo si son menores, siempre ha sido una franquicia muy boyante. Si hacemos caso de Ayuso y compañía habrá que incentivar la apertura de nuevas tiendas de gominolas a las puertas de los institutos. La reforma del local, eso sí, mejor en negro.
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