Micromanía

Tenemos un problema con los aniversarios. Cuando llega la hora nunca sabemos qué tipo de homenaje ponernos para la cita. Ocurre en los países que no asimilan su historia. Todo se vuelve canción ligera



Tenemos un problema con los aniversarios. Cuando llega la hora de la fecha exacta nunca sabemos qué tipo de homenaje ponernos para la cita. Ocurre en los países que no asimilan su historia. Todo se vuelve canción ligera. Lo hemos visto esta semana. Se cumplen 20 años de OT y no queda claro si toca alegrarse por el éxito de Bisbal o indignarse por el ostracismo de Naím Thomas. Lo único evidente de todo aquello es que ya hace 20 años que se nos desató el talentese atajo donde desfogar ilusiones a falta de expectativas en la vidaDe la noche a la mañana, como por arte del prime time, cambió por completo nuestra visión de la música. Fue la democratización del karaoke, una meritocracia subliminal a base de blanqueador dental, dieta de la alcachofa y coreografía de final de curso. Lo que antes se hacía a solas, en la intimidad del espejo o cocinando unas alubias, con la ventana del tragaluz de par en par, ahora tenía lentejuelas de plató con gorgorito envolvente. Cualquiera, desde el hijo del chófer a la violetera de la esquina, podía lucir doble disco de platino en el currículo. ¿Y el cantautor? Deshojando tugurios. Sólo había triunfitos versus Guadalix de la Sierra, o lo que es lo mismo, las dos Españas de siempre enfrentadas por el televoto que, para más inri, maneja la misma megaproductora, Endemol Shine Iberia, dueña absoluta de las audiencias. Y lo que sirve para la audiencia también funciona para la bulla metódica del congreso. Era la nueva versión del desarrollismo, ya saben, balances con mucho photoshop y comisiones a destajo; la matraca del ¿estudias o cantas?, el escenario perfecto para morir de éxito. Y fue así como empezamos a creer en las rotondas, que es otra manera de no salir del bucle.




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