Cuando se pone precio a la solidaridad es que algo está muy roto. Se está más cerca del wéstern que de los derechos humanos
Dice Vox que lo de las balas (las que han recibido Pablo Iglesias, la directora de la Guardia Civil y Marlaska) suena a montaje, como cuando a una famosa le roban un toples y luego se chiva un paparazzi de que todo aquello estaba pactado para repartirse un dinerillo. Por esa regla, la navaja a Reyes Maroto y el sobre dirigido a Isabel Díaz Ayuso también forman parte del mismo atrezo. Así se banaliza la amenaza en un país que viene de donde viene y que, por lo tanto, debería estar más atento al auge de cualquier delirio. La violencia no admite dobleces. Y menos, de siglas. Se condena sin matices, sea quien sea el destinatario, porque lo que está en juego no es la libertad, es la convivencia, que empieza a desmoronarse cuando el fango se desboca. Y es cierto que una parte de la izquierda ha promocionado el meme del ketchup en otras bullas, cuando la piedra estaba en el otro bando del mitin, pero ni eso debería servir de relajante democrático. Al revés. Quien suele desgañitarse contra cualquier conato de desobediencia no debería justificar este retroceso.
Lo que le ocurre a Vox es que ya no le queda ni el papel de víctima. Pasa cuando te lo juegas todo al adoquín y después resulta que la campaña va de pólvora. El órdago se resiente. ¿Saben cuántas páginas tiene el programa de Rocío Monasterio para estas elecciones? Una. En concreto, son diez puntos. Y ¿saben qué propone en materia de corrupción, sanidad -sí, he dicho sanidad- o cultura? ¡Nada! Por eso toca reventar el debate. Es de primero de trumpismo. Como lo de Isabel Díaz Ayuso dando lecciones sanitarias a pesar de los datos o menospreciando a "los mantenidos" del sistema. Olvida la presidenta que los comedores sociales y Cáritas se multiplicaron en tiempos de Rajoy. ¡Y sin pandemia!
Pero no hace falta irse tan lejos. Hace cuatro días, a un futbolista estuvieron a punto de meterle un puro de cinco años por llamar "negro de mierda" a un rival, y ahora todo un partido se presenta a unas autonómicas con la misma cartelería y no pasa nada. Puede que el fútbol tenga más principios que algunos políticos. También es verdad que la propaganda de Vox en la boca del metro no dice "mena de mierda", pero aparece una cifra, el gasto (aquí por lo visto no hay montaje que valga) que le supone al estado un menor de edad inmigrante y sin padres. Eso de calcular lo que cuestan ciertos colectivos ya se ha hecho antes, repasen la historia. Lean, lean. Cuando se pone precio a la solidaridad es que algo está muy roto. Se está más cerca del wéstern que de los derechos humanos. A lo mejor la pregunta no es cuánto le cuesta un mena a los madrileños sino por cuánto le sale a la democracia un partido de ultraderecha.
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