Cuando alguien pone el dedo en la llaga y quiere regular ciertas juergas, rápidamente aparece el demagogo de turno para hacer campaña. Por eso, los políticos nunca se han tomado demasiado en serio el futuro de sus tataranietos. Porque no da votos. Y, a menudo, los quita
Ha sido morirse Georgie Dann y bajar los termómetros. Por ese orden. Quiero decir que intervienen tantos factores en el cambio climático -los que se conocen y los que se disimulan: la fabricación de las baterías de los coches eléctricos, por ejemplo, el fenomenal consumo en streaming o el irrenunciable turismo low cost- que va a ser difícil que en Glasgow se pongan de acuerdo. A Glasgow, sobre todo, se va a ganar copas de Europa. Lo saben los madridistas. En Glasglow, contra el Lerverkusen, cayó la novena, que suena a sinfonía, con golazo de Zidane para la videoteca. Zidane fue un hacedor de voleas. Corrían otros tiempos con más trajín económico. Creíamos, todavía, que bastaba con dejar la laca para salvar la capa de ozono. Ya hemos visto que no. Harán falta más esfuerzos, y ahí entran los gobiernos, pero a ver quién es el listo que sacrifica su propia nómina. Una cosa es dejar de cardarse el pelo -postureo de primer grado- y otra, muy distinta, renunciar a unas vacaciones inolvidables en la Conchinchina. También hablo de los jóvenes de la casa. Existe toda una grada de animación infantil que, al apagarse el botellón, se agarra a cualquier gretarismo urgente. Además, la transición a las renovables sale por un pico que siempre acaba en algún recibo. Para colmo, mientras usted se mortifica reciclando en colorines, los grandes mandatarios, comprometidos a más no poder con la causa, viajan a la cita en jet privado. Y luego está lo de la cachimba de las libertades. Cuando alguien pone el dedo en la llaga y quiere regular ciertas juergas, rápidamente aparece el demagogo de turno para hacer campaña. Por eso, los políticos nunca se han tomado demasiado en serio el futuro de sus tataranietos. Porque no da votos. Y, a menudo, los quita. Mejor, sin duda, la promesa de los protocolos, las pelis comerciales, las cumbres por incumplir y el resacón de dióxido. Es la sociedad que toca, donde todo el conocimiento del mundo, el de la Wikipedia, según calcula un ingeniero en El País, pesaría unos 50 kilos. En boxeo, menos que un peso mosca.
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